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Tenía 86 años y hasta junio se mantuvo muy activo, creando y lleno de proyectos. Pero un cáncer le arrebató la vida a Ernesto Barreda ayer en la mañana. Sus restos serán despedidos a las 13:00 horas de hoy, en el Parque del Recuerdo de Américo Vespucio.

Ernesto Barreda nació en 1927, se tituló de arquitecto en la Universidad Católica de Chile, en 1952. Antes había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de París y desde muy joven combinó su trabajo de arquitecto con la pintura.

“¿Cuál será mi maleta?”, escultura en bronce.

Fue socio fundador de Alemparte, Barreda y Asociados, oficina que llegó a ser una de las más grandes e importantes de Chile y gracias a la cual se desarrolló una nueva etapa de la arquitectura moderna en nuestro país, según señala Sebastián Gray, presidente del Colegio de Arquitectos. “Junto con su socio, Sergio Alemparte, fueron promotores fundamentales de una arquitectura contemporánea en un momento de expansión económica en Chile, y se caracterizaron por un profesionalismo que aquí era difícil encontrar entonces. Por eso, muchos capitales extranjeros se asociaron con esta oficina, especialmente cadenas hoteleras internacionales, entre los años 70 y 90. Así nacieron obras tan destacadas como el Sheraton San Cristóbal, la Torre Santa María y el Crowne Plaza”, comenta Gray.

Su hija, Amalia Barreda, arquitecta, lo describe: “La vida entera se dedicó a trabajar de manera muy metódica. Todos los días iba a la oficina y en la tarde, al volver, pintaba. Fue presidente de la Academia de Bellas Artes y fundó la Oficina Alemparte, Barreda y Asociados”. Entre las obras preferidas por su padre, recuerda Amalia, estaban la Torre Santa María, el Sheraton y el Hotel Hyatt.

El arquitecto Yves Besançon, socio de Barreda desde 1974 en su oficina, se mostró muy afectado por su deceso. “Tito era un hombre múltiple: gran arquitecto, gran pintor y gran dibujante. Trabajaba con dedicación, rigor y convicción. Hizo de su vida una vibrante obra de arte en la que participábamos todos quienes tuvimos el privilegio de estar cerca suyo”, agrega.

Ernesto Barreda era, también, ampliamente reconocido en la escena pictórica chilena, de hecho, fue postulado varias veces al Premio Nacional de Arte. Utilizó las técnicas del óleo, acuarela, gouaches y témperas. Cultivó igualmente el dibujo y también trabajó en escultura.

“Es bastante inconfundible su obra. Él no renuncia a la estética de la representación de lo real, pero esas técnicas las vacía en una visión propia que tiene del paso del tiempo. Una mirada en que la temporalidad de la vida va dejando marcas”, apunta Milan Ivelic, director de Fundación Itaú y ex director del Museo de Bellas Artes.

Asegura que “su condición de arquitecto no quedó entre paréntesis en su pintura” y destaca su trabajo con puertas y muros ruinosos y que transporta, aclara, “a otra dimensión temática cuando presenta espacios llenos de vegetación, en ruinas, con presencia de seres humanos tan desgastados como la naturaleza o las casas patronales que habitan. La solidez de su obra descansa en el problema del tiempo”.

Coincide Gaspar Galaz, amigo de Barreda por décadas, miembro de la Academia de Bellas Artes y profesor de la UC: “Lo que más me gusta son sus puertas de mediados de los años 60, porque tomó una técnica expresiva muy singular. Y también esas selvas que invaden los interiores de las casas, donde hay personas que parece que no se hubieran movido en cientos de años. Esas situaciones congeladas me encantan”.