—Qué
tal humanito? —me contestó.
—Te
veo siempre lleno de pájaros, ¿no te cansa tanto
revoloteo, gorjeo, además hacen sus necesidades
encima tuyo, te pasan a llevar las hojas, acaso no lo sientes
como una
invasión?
—La
verdad es que no me molesta en absoluto —me contestó—.
Mira, ellos, los pájaros, me llenan mas bien de
placer y felicidad, aquí se refugian en la noche,
me masajean mis ramas pequeñas,
mis hojas se estimulan con sus cantos y cuando
hacen sus necesidades, como dices tú, no hacen otra
cosa que alimentarme, incluso lo que queda de eso en las
ramas con la
lluvia en otoño
baja a la tierra y a mis raices. Incluso tu perro
también
viene a alimentarme y tu gato me masajea el tronco,
hasta tú has
venido a echar alguna cosita y no te hagas el tonto.
—Sí claro —asentí acordándome
de unas copas demás con algunos amigos cierta noche
de verano.
—¿Y
le tienes miedo a algo? — le pregunté a continuación.
—Si, a ti, tú eres el único que me puede cortar o dañar
por el puro placer de hacerlo. Ningun otro animal
lo haría,
ni siquiera el viento norte a pesar de que él
podría
tener sus razones ya que sabe muy bien qué botar
y qué no.
—
Bueno —le dije— gracias, ha sido una interesante
conversación.
En
seguida seguí por
mi jardín
en este interesante itinerario de visitas y
me encontré con
una golondrina (tenemos alrededor de cuarenta
viviendo en el techo).
—Hola
golondrina —le dije.
—¿Qué tal
humanito? —me contestó.
—No
deja de asombrarme como vuelas —le dije—. Esas
piruetas y ese control de tu vuelo teniendo
un cuerpo tan chiquito y unas alas cortitas ¿cómo
lo haces?
—Bueno —dijo—,
tengo un cuerpo muy liviano y bien diseñado pero la
razón
principal es mi pequeño
cerebro que es la miniatura mas perfecta
que existe y haría
palidecer a tus congéneres de
Sillicon Valley, y te lo digo sin vanidad
alguna. Además puedo volar mas
lejos que tus aviones sin brújula,
de noche y cubierto y sé siempre
donde estoy. Bueno –agregó—, eso
también
lo tienen el resto de los pájaros
y ahora ustedes inventaron el GPS recién,
pero nosotros lo tenemos hace ya unos
millones de años y es uno de
los tantos regalos que nos hizo nuestro
diseñador y lo llevamos adentro.
Y
continuó:
—Ustedes
no tienen acceso a esa información
porque perdieron la oportunidad
hace mucho tiempo. Se olvidaron
del juego
y se tomaron
todo tan en serio que hoy están
en peligro de muerte. Nosotras
somos sólo vida, canto y juego
y no nos falta
nada.
—Uf
—exclamé— me
diste mucho qué pensar,
nos vemos luego, adiós.
Cuando
la miré otra
vez había desaparecido.
Estaba
aún pensando en las
revelaciones de la golondrina
cuando ví acercándose
a mi gato, que es negro como
noche sin luna, y se llama
tal cual: Gato. ¿Porqué no
conversar con él?