EL
MAR EN MIS CANCIONES II.
Beethoven me abrió todo un mundo, además de ser
la puerta de entrada a toda la música, de ahí en
adelante todo para mí tuvo un solo objetivo: ser músico;
pero en todo caso no quiero alejarme demasiado del tema del mar
y su influencia en mis canciones.
La
siguiente confirmación vino cuando ya tenía veinte
años, edad en la que ocurrieron dos sucesos muy importantes:
El primero sucedió así:
Tocó
que en esos años (68 o 69, no me acuerdo bien), vino de
visita a Chile el buque escuela de la armada francesa Jeanne D'Arc
el cual venía escoltado por dos destructores uno de los
cuales llevaba el nombre de Commandant Riviere. Mi bisabuela que
se llamaba Marguerite Riviere de Lauzun y aun estaba viva, de
vez en cuando comentaba que su padre era un héroe de la
marina francesa y que además había sido músico
y escritor. La verdad es que nadie le daba mucha bola al asunto
y era tratado más bien como un tema anecdótico por
el resto de la familia, hasta ese día, en que mi bisabuela
recibió una invitación de la embajada para visitar
el barco que llevaba el nombre de su padre. Fue una ceremonia
muy emotiva en la cual estaba toda la tripulación del barco
formada presentando armas, recorrimos todos sus rincones, discursos
aquí y allá, y por supuesto la infaltable botella
de champagne francés en el escritorio del capitán.
Esta
experiencia me dejó un sentimiento de confirmación
bastante "removedora", mi tatarabuelo era marino, músico
y escritor y la verdad es que el rompecabezas se me comenzó
a armar.
Por
otra parte ya estábamos planificando un viaje a Europa
con Eugenio Guzmán, amigo y músico, quien, una vez
que teníamos todo arreglado para viajar en un barco de
carga, tuvo que abandonar la empresa a último momento por
problemas de estudio, y eso significó que yo viajaría
solo. Esto fue en Diciembre de 1969.
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Puerto
de Valparaíso.
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Un
día antes de embarcarme y ya con la maleta hecha más
mi inseparable guitarra, nos fuimos con Víctor Rivera (tecladista),
Fernando López (baterista) y Eugenio Guzmán (bajista)
a un departamento de Víctor en Viña y escuchamos
hasta muy de madrugada Led Zeppelin II, álbum que recién
había llegado a Chile. Al otro día el 31 de Diciembre
de 1969, víspera de Año Nuevo, estos tres amigos
partieron a dejarme al muelle para abordar el barco. En mi imaginación
pensaba que me subiría a un barco muy bonito, por esas
típicas escalas que se ven en las películas, pero
ahí, en el muelle principal de Valparaíso, la realidad
era bien distinta.
Nos
mandaron en nuestra desvencijada citrola, llena de hippies, al
muelle más lejano que había, lugar en el cual nos
encontramos con un barco si bien imponente, bastante oxidado,
no había por donde subir y sólo había una
gran malla hecha de cuerda que conectaba el muelle con la cubierta
y eso significaba que había que escalar por ella unos veinte
metros con guitarra y maleta. Después de gritar un rato
entre el ruido infernal de las correas transportadoras que cargaban
el barco con salitre, apareció un personaje extraño
en la cubierta que no hablaba sino que me hacía gestos
para que subiera.
Con
la ayuda de mis amigos subimos en este ejercicio que más
parecía un acto de circo. Por mucho que las cuerdas trenzadas
nos sujetaran era mejor no mirar hacia abajo. Después de
una emotiva despedida quedé solo frente a un hindú
quien en un inglés como el de Peter Sellers en
"La Fiesta Inolvidable", me invitó al castillo
de proa para mostrarme mi lugar en el barco.
En
un salvavidas que colgaba de alguna parte estaba escrito el nombre
del barco: "DONAMIRA", en el que comienza una historia
que contaré en el próximo artículo.
Saludos,