EL
MAR EN MIS CANCIONES III
Después de grabarme el nombre del barco escrito en un salvavidas--el
"DONAMIRA"--, el hindú muy particular que me
había recibido me indicó una escala hacia el castillo
de proa.
La
verdad es que yo me imaginaba un camarote pequeño con la
infaltable ventana redonda, un lavatorio y una litera a lo más,
después de todo era un barco de carga, pero mi sorpresa
fue grande cuando después de recorrer un pasillo alfombrado
cuyas paredes estaban forradas en madera color caoba, abrió
una puerta y me hizo pasar:
--Esta
es su habitación....contigua
a la del capitán--, me dijo en inglés con marcado
acento hindú.
La
habitación en cuestión era enorme, con cuatro amplias
ventanas hacia la proa, un escritorio totalmente equipado, baño
privado, una gran cama, armarios, uno de los cuales contenía
un bote inflable, bengalas, linternas y la barra de chocolate
mas grande que he visto en mi vida (sólo para supervivencia).
--En
media hora le voy a servir la comida aquí en su habitación,
todos están en tierra ya que bajaron a celebrar el año
nuevo, en todo caso zarpamos a las 7 a.m.
Después
de comer y haber tomado la infaltable taza de te me quedé
observando las correas transportadoras que vaciaban salitre durante
horas en las bodegas. Luego me acosté y me dormí.
|
Puerto
de Valparaíso.
|
Desperté
como a las ocho con un suave ronroneo de motor, me levanté
y por las ventanas pude darme cuenta que estábamos navegando;
por una ventana lateral divisé los cerros de Valparaíso
ya muy lejos.
Luego
de levantarme, fui a saludar al capitán quien me dio la
bienvenida junto con presentarme al resto de los oficiales. Eran
todos ingleses, incluido él, y el resto de la tripulación
en su mayoría hindúes y paquistaníes. Un
oficial, Tony, fue el encargado de mostrarme el barco; lo recorrimos
por cada uno de sus rincones durante mucho rato.
Lo
que mas me impresionó fue la sala de máquinas: tres
pisos de motor, levas
que recorrían varios metros en su desplazamiento, un ruido
y calor infernales; bajamos al último piso, bajo la línea
de flotación, ahí estaba el ingeniero de máquinas,
un hombre ya mayor con un overol lleno de grasa, en un pequeño
escritorio donde había una aceitera y un bloc con unos
números escritos que estudiaba a través de unos
lentes opacados por el aceite en los cristales.
Después
de un saludo cordial subimos a la cubierta donde el oxígeno
y el Pacífico no tenían límites.
Curiosamente,
en estas dimensiones enormes, el barco parecía más
pequeño, más frágil ante la inmensidad del
océano. Otra situación que me llamó la atención
fue cuando llegó la hora de comida, éramos seis
o siete en un comedor pequeño, estábamos el capitán,
los oficiales y el ingeniero (cuya grasa había desaparecido
totalmente), todos ellos en estricta tenida formal la cual contrastaba
abiertamente con la informalidad de la jornada diaria.
Luego
de pedir excusas por mi facha casual entramos en una conversación
distendida para conocernos mas. Dije que era músico, lo
cual tuvo muy buena acogida y después me iría dando
cuenta porqué, y a su vez comentaron que debían
llegar con el barco pintado a Gijón, al norte de España,
nuestro destino final. Me ofrecí para ayudar pintando y
Tony, el primer oficial, me dijo "Fantástico...vas
a ser uno de nosotros". Entretanto recalamos en Tocopilla
a repletar las bodegas con más salitre, el capitán
tuvo que ser dejado en este puerto debido a una apendicitis y
zarpamos con Tony a cargo del barco mientras llegaba de Inglaterra
un nuevo capitán, el cual llegó cuando navegábamos
frente al Callao, Perú, en un helicóptero. Un tipo
muy cálido y simpático al cual ya todos conocían
y con el cual, me dijeron, tendríamos una muy buena travesía.
De hecho esa misma noche sentí golpear mi puerta: era él
más los oficiales y un cajón de cerveza.
--¿Podemos
pasar?
Aquí
comienza una relación humana inolvidable, al menos para
mí.
Saludos,