Momentos de Eduardo Gatti

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RECITALES DE EDUARDO

  • Viernes 19 de julio
    Mesón Nerudiano 23 Hrs.
    Domínica 35 - 737 1542
    Barrio Bellavista
    Entrada: $ 3.000
Arriba: dos vistas del Commandant Riviere
Capítulos anteriores:
La guitarra Fender.

La odisea de Calbuco o cómo estar 33 horas sin dormir, parte I y parte II.

Premios Altazor 2002.

Robo Organizado

¿Quién prende la luz?

Ultima canción de Eduardo:

EL MAR EN MIS CANCIONES III


Después de grabarme el nombre del barco escrito en un salvavidas--el "DONAMIRA"--, el hindú muy particular que me había recibido me indicó una escala hacia el castillo de proa.

La verdad es que yo me imaginaba un camarote pequeño con la infaltable ventana redonda, un lavatorio y una litera a lo más, después de todo era un barco de carga, pero mi sorpresa fue grande cuando después de recorrer un pasillo alfombrado cuyas paredes estaban forradas en madera color caoba, abrió una puerta y me hizo pasar:

--Esta es su habitación....contigua a la del capitán--, me dijo en inglés con marcado acento hindú.

La habitación en cuestión era enorme, con cuatro amplias ventanas hacia la proa, un escritorio totalmente equipado, baño privado, una gran cama, armarios, uno de los cuales contenía un bote inflable, bengalas, linternas y la barra de chocolate mas grande que he visto en mi vida (sólo para supervivencia).

--En media hora le voy a servir la comida aquí en su habitación, todos están en tierra ya que bajaron a celebrar el año nuevo, en todo caso zarpamos a las 7 a.m.

Después de comer y haber tomado la infaltable taza de te me quedé observando las correas transportadoras que vaciaban salitre durante horas en las bodegas. Luego me acosté y me dormí.

Puerto de Valparaíso.

Desperté como a las ocho con un suave ronroneo de motor, me levanté y por las ventanas pude darme cuenta que estábamos navegando; por una ventana lateral divisé los cerros de Valparaíso ya muy lejos.

Luego de levantarme, fui a saludar al capitán quien me dio la bienvenida junto con presentarme al resto de los oficiales. Eran todos ingleses, incluido él, y el resto de la tripulación en su mayoría hindúes y paquistaníes. Un oficial, Tony, fue el encargado de mostrarme el barco; lo recorrimos por cada uno de sus rincones durante mucho rato.

Lo que mas me impresionó fue la sala de máquinas: tres pisos de motor, levas que recorrían varios metros en su desplazamiento, un ruido y calor infernales; bajamos al último piso, bajo la línea de flotación, ahí estaba el ingeniero de máquinas, un hombre ya mayor con un overol lleno de grasa, en un pequeño escritorio donde había una aceitera y un bloc con unos números escritos que estudiaba a través de unos lentes opacados por el aceite en los cristales.

Después de un saludo cordial subimos a la cubierta donde el oxígeno y el Pacífico no tenían límites.

Curiosamente, en estas dimensiones enormes, el barco parecía más pequeño, más frágil ante la inmensidad del océano. Otra situación que me llamó la atención fue cuando llegó la hora de comida, éramos seis o siete en un comedor pequeño, estábamos el capitán, los oficiales y el ingeniero (cuya grasa había desaparecido totalmente), todos ellos en estricta tenida formal la cual contrastaba abiertamente con la informalidad de la jornada diaria.

Luego de pedir excusas por mi facha casual entramos en una conversación distendida para conocernos mas. Dije que era músico, lo cual tuvo muy buena acogida y después me iría dando cuenta porqué, y a su vez comentaron que debían llegar con el barco pintado a Gijón, al norte de España, nuestro destino final. Me ofrecí para ayudar pintando y Tony, el primer oficial, me dijo "Fantástico...vas a ser uno de nosotros". Entretanto recalamos en Tocopilla a repletar las bodegas con más salitre, el capitán tuvo que ser dejado en este puerto debido a una apendicitis y zarpamos con Tony a cargo del barco mientras llegaba de Inglaterra un nuevo capitán, el cual llegó cuando navegábamos frente al Callao, Perú, en un helicóptero. Un tipo muy cálido y simpático al cual ya todos conocían y con el cual, me dijeron, tendríamos una muy buena travesía. De hecho esa misma noche sentí golpear mi puerta: era él más los oficiales y un cajón de cerveza.

--¿Podemos pasar?

Aquí comienza una relación humana inolvidable, al menos para mí.

Saludos,

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