Momentos de Eduardo Gatti

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Capítulos anteriores:
La guitarra Fender.

La odisea de Calbuco o cómo estar 33 horas sin dormir, parte I y parte II.

Premios Altazor 2002.

Robo Organizado

¿Quién prende la luz?

Ultima canción de Eduardo:
La L5 de 1934
Un niño, como debe haber sido Eduardo, en la playa de Ritoque.

 

EL MAR EN MIS CANCIONES I.


Muchas veces me han preguntado porqué hay tantas referencias al mar en mis canciones, porqué algunas llevan nombres como Navegante, Océano, Aguamarina, El Botero....,tengo que reconocer que desde muy chico me fascinaron el sonido, el color, la inmensidad, las olas, la espuma del mar.

La primera experiencia fascinante con el mar fue en la playa de Ritoque a los ocho años; fuimos a pescar a este lugar un día de verano con un tío y algunos primos, yo no había llevado ningún elemento de pesca de modo que me fui alejando de a poco del resto hasta quedar a unos cien metros de ellos por la misma orilla de la playa.

La marea estaba baja, el sol se estaba poniendo y era verano. Comencé a sentir un deseo irresistible de meterme al agua y lo hice, las olas muy suaves por la marea no me hacían sentir temor de modo que caminé hacia dentro hasta que el agua me llegaba hasta un poco mas arriba de la cintura. En ese momento vino una ola un poco más grande que el resto y salté hacia arriba. La ola siguió levantándome, levantándome, me di cuenta que estaba flotando, moví los brazos, moví las piernas, y descubrí que el mar me estaba enseñando ese día a nadar.

No sé cuanto rato estuve jugando al pez en un mar de felicidad y de complicidad con ese ser enorme que me acogió ese día. En todo caso sabía que con él se había establecido una relación única y duradera. Me había enseñado a nadar, algo muy importante, algo normalmente reservado a los padres.

Niños en Ritoque.

Coincidió ese período con el hecho de transformarme en un gran lector y tocó, sea por casualidad o por causalidad, que me devoré a Emilio Salgari, a Julio Verne, autores en los cuales se me reafirmó la fuerte atracción por el mar. Incluso quería entrar a la Escuela Naval pero más tarde me di cuenta que no tenía afinidad con una carrera militar.

En ese mismo período mi abuelo me regaló un tren eléctrico, el cual venía lleno de luces, marcadores y otros accesorios, lo que me dio la brillante idea de transformar mi closet ¡en un submarino!

Metí todos los cachureos del tren eléctrico adentro del closet, es decir luces y marcadores de todos colores, rompí un viejo atlas, con lo cual tenía mapas para navegar, cerré la puerta y partí en un viaje por extraños mundos en un océano de imaginación. Me acuerdo que con una brújula y un imán me las arreglaba para cambiar de rumbo. Tanto duró este juego que hubo que construir un armario para guardar mi ropa. En todo caso me dio un sentido de orientación que conservo hasta hoy.

Paralelamente en casa de mis queridos abuelos se escuchaba casi exclusivamente música clásica, la que nunca me había llamado mayormente la atención, era más bien una especie de mueble virtual siempre presente, hasta que una noche mi abuela, quien había ganado el tercer premio del conservatorio de Paris en piano y que había, nada menos que tenido a Camile Saint-Saens como examinador, me hizo sentarme en el living y me dijo:

—"Quiero que escuches esto"—, era la Novena Sinfonía de Beethoven.

Esa noche se me reveló la música. Fue una experiencia tridimensional, un océano nuevamente, pero de melodías, sonidos, emociones. Algo totalmente nuevo que me sobrecogió, me removió.

A mis nueve años hice de Beethoven mi amigo más querido, hablé y lloré con él, me devoré toda su música, leí todas las biografías que pude y me dio un sentido de confirmación, libertad y belleza que nunca había sentido antes.

Pero la historia continúa… Hasta la próxima, saludos,

Fotografías de Ritoque obtenidas de: http://www.ualberta.ca/~fvelasqu/quintero.htm

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