EL
MAR EN MIS CANCIONES I.
Muchas veces me han preguntado porqué hay tantas referencias
al mar en mis canciones, porqué algunas llevan nombres
como Navegante, Océano, Aguamarina, El Botero....,tengo
que reconocer que desde muy chico me fascinaron el sonido, el
color, la inmensidad, las olas, la espuma del mar.
La
primera experiencia fascinante con el mar fue en la playa de Ritoque
a los ocho años; fuimos a pescar a este lugar un día
de verano con un tío y algunos primos, yo no había
llevado ningún elemento de pesca de modo que me fui alejando
de a poco del resto hasta quedar a unos cien metros de ellos por
la misma orilla de la playa.
La
marea estaba baja, el sol se estaba poniendo y era verano. Comencé
a sentir un deseo irresistible de meterme al agua y lo hice, las
olas muy suaves por la marea no me hacían sentir temor
de modo que caminé hacia dentro hasta que el agua me llegaba
hasta un poco mas arriba de la cintura. En ese momento vino una
ola un poco más grande que el resto y salté hacia
arriba. La ola siguió levantándome, levantándome,
me di cuenta que estaba flotando, moví los brazos, moví
las piernas, y descubrí que el mar me estaba enseñando
ese día a nadar.
No
sé cuanto rato estuve jugando al pez en un mar de felicidad
y de complicidad con ese ser enorme que me acogió ese día.
En todo caso sabía que con él se había establecido
una relación única y duradera. Me había enseñado
a nadar, algo muy importante, algo normalmente reservado a los
padres.
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Niños
en Ritoque.
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Coincidió
ese período con el hecho de transformarme en un gran lector
y tocó, sea por casualidad o por causalidad, que me devoré
a Emilio Salgari, a Julio Verne, autores en los cuales se me reafirmó
la fuerte atracción por el mar. Incluso quería entrar
a la Escuela Naval pero más tarde me di cuenta que no tenía
afinidad con una carrera militar.
En
ese mismo período mi abuelo me regaló un tren eléctrico,
el cual venía lleno de luces, marcadores y otros accesorios,
lo que me dio la brillante idea de transformar mi closet ¡en
un submarino!
Metí
todos los cachureos del tren eléctrico adentro del closet,
es decir luces y marcadores de todos colores, rompí un
viejo atlas, con lo cual tenía mapas para navegar, cerré
la puerta y partí en un viaje por extraños mundos
en un océano de imaginación. Me acuerdo que con
una brújula y un imán me las arreglaba para cambiar
de rumbo. Tanto duró este juego que hubo que construir
un armario para guardar mi ropa. En todo caso me dio un sentido
de orientación que conservo hasta hoy.
Paralelamente
en casa de mis queridos abuelos se escuchaba casi exclusivamente
música clásica, la que nunca me había llamado
mayormente la atención, era más bien una especie
de mueble virtual siempre presente, hasta que una noche mi abuela,
quien había ganado el tercer premio del conservatorio de
Paris en piano y que había, nada menos que tenido a Camile
Saint-Saens como examinador, me hizo sentarme en el living y me
dijo:
"Quiero
que escuches esto", era la Novena Sinfonía de
Beethoven.
Esa
noche se me reveló la música. Fue una experiencia
tridimensional, un océano nuevamente, pero de melodías,
sonidos, emociones. Algo totalmente nuevo que me sobrecogió,
me removió.
A
mis nueve años hice de Beethoven mi amigo más querido,
hablé y lloré con él, me devoré toda
su música, leí todas las biografías que pude
y me dio un sentido de confirmación, libertad y belleza
que nunca había sentido antes.
Pero
la historia continúa
Hasta
la próxima, saludos,