EL
MAR EN MIS CANCIONES IV
Esa
noche entre bromas y cerveza canté algunas canciones, alguien
tomó también la guitarra y se escucharon algunos
sones de claro origen galés.
A
la mañana siguiente comenzamos el trabajo de pintura de
la cubierta completa incluidos los huinches, mástiles y
barandas, tarea que debía quedar terminada antes del cruce
del Atlántico, ya que ahí entraríamos de
lleno al invierno del otro hemisferio y la labor de pintura se
podía complicar.
El
trabajo comenzaba temprano pero terminaba alrededor de las 5 p.m.
lo que nos dejaba un largo descanso hasta las 7:30 p.m. hora en
que se servía la comida.
En
esas horas aprovechaba de recorrer la cubierta y descubrí
un lugar mágico y excitante en la punta misma de la proa
donde podía sentarme en loto aferrado de un pequeño
mástil y mirar hacia abajo cómo el agua era surcada
por la proa bajo las enormes anclas con el infinito por delante.
También
me pidieron que tradujera al castellano las cartas que ellos le
enviarían desde Colón, Panamá a sus “mujeres”
en Valparaíso, según ellos las mas cariñosas
del mundo y hasta el día de hoy me arrepiento de no haber
guardado una de éstas ya que eran de una poesía
que superaba mucho lo que yo había leído anteriormente,
cartas realmente inspiradas e impregnadas de mucho amor y delicadeza.
Por
las noches, ya navegando frente al Ecuador, nos instalábamos
en la cubierta mas alta a escuchar música de Beethoven y
Mozart, conversando con unas buenas cervezas bajo un cielo lleno
de estrellas. Recuerdo que nunca la conversación fue vulgar;
astronomía, música, historia eran nuestros temas,
mientras los radares giraban sobre nuestras cabezas. A esta hora
se corregía también el rumbo con el sextante, instrumento
con siglos de antigüedad y de una precisión notable.
Justamente frente a estas costas, un día al amanecer, pudimos
ver un fenómeno muy inusual: El mar se había transformado
en un espejo totalmente quieto, no había olas, ni viento,
nada.
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El
Pacífico , cuando no lo está... |
El
capitán
hizo parar las máquinas para que pudiéramos apreciarlo
mejor, fue así que nos encontramos frente a un espectáculo
que mas parecía inspirado por Dalí que un resultado
de la naturaleza, todo era silencio y asombro. Asombro también
me dio el darme cuenta que no estaba viajando con seres comunes
y corrientes. Parar una lancha es fácil ¿pero un
barco?... ¿para mirar un paisaje?.
Además,
cuando salió el sol decidimos bañarnos en el mar,
ahí en el medio de la nada aprovechando que el barco estaba
detenido. Este tramo desde Tocopilla hasta el Canal de Panamá
fue sin duda el mas relajado, por la temperatura, los amaneceres
y atardeceres de colores oníricos, las noches cálidas
y tapizadas de estrellas, una sensación de estar trabajando
en vacaciones por el puro gusto de hacerlo, una experiencia de
libertad que no volví a sentir nunca más.
Debe
ser porque en el mar no hay límites, ni cercos, ni caminos
trazados, no hay fronteras, hasta la bandera que flameaba en el
barco era solo una excusa (bandera liberiana para pagar menos
impuestos). Éramos hombres nada más, gozando de
un estado ideal de vida, que ha hecho que muchos, a quienes los
ha llamado el mar, quieran pisar tierra lo mínimo necesario,
Vimos
las luces de Panamá a la hora y el lugar exactos en que
el sextante había predicho y comenzó ahí
una operación larga y compleja en que el barco queda a
cargo de un experto externo y uno es solo mero espectador de cómo
el barco es introducido en las exclusas y una vez que una se llena
de agua es tirado por cuatro locomotoras a la siguiente y así
sucesivamente hasta llegar al nivel del canal donde comienza el
cruce hacia el Caribe y hacia el puerto de Colón. En todo
caso el Canal de Panamá es espectacular una vez que se
navega en él. Aunque sus aguas son de color barro hacen
un hermoso contraste con el verde intenso de las orillas y para
qué decir con las casas que se divisan entre los árboles,
grandiosas. Y así fue como llegamos a Colón, al
otro lado del canal, a cargar el barco de provisiones y petróleo
para cruzar el Caribe y el Atlántico, el trayecto más
largo y un lento viaje hacia el invierno Europeo...
Hasta
la próxima,