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Publicado en Noticias el Domingo 2 de Febrero, 2014

Los balnearios termales en 1914

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Las Termas de Colina en la actualidad.

Las Termas de Colina en la actualidad.

Al momento de elegir el lugar de veraneo, uno de los destinos tanto o más populares que la playa o el campo eran los establecimientos termales. Vacacionar allí era sinónimo de sumergirse en aguas curativas, respirar aire puro y descansar. Pero no solo eso. También ahí era posible divertirse y comer bien. Porque, ya en 1914, las termas no estaban exclusivamente reservadas a los que sufrían de reumatismo o problemas bronquiales -incluso en algunos recintos no se admitían enfermos-, sino también a familias que deseaban pasar una agradable temporada de vacaciones.

Así se comprueba al leer los avisos que se publicaban en “El Mercurio”. Se anunciaba, por ejemplo, que en las termas de Chillán “la cocina es excelente y está a cargo del chef francés Eugéne Barre”. De Jahuel, por su parte, se decía que “es el único en Chile construido a la moderna, con instalaciones de agua, gas y desagüe”. Panimávida, en tanto, eran “las predilectas del gran mundo social”. Además del hotel, “de gran confort, con lavatorios en todas las piezas”, había botica, peluquería, masajistas, telégrafo, salones de billares y de póquer, canchas de tenis, cricket , bochas y de tiro al blanco.

Por su proximidad a Santiago, “a 25 minutos en automóvil”, los “Baños de Apoquindo” eran muy concurridos. También, los de Colina, Auco y El Corazón. Todos, conocidos desde tiempos coloniales y visitados por viajeros ilustres, como María Graham, Charles Darwin e Ignacio Domeyko. La historiografía cuenta que, en el siglo XVI, los exploradores españoles descubrieron algunas fuentes termales en la cordillera. El abate Molina, por ejemplo, describió las termas de Cauquenes, señalando que los indígenas creían que sus aguas eran buenas para la salud. De ahí que se leyera en el diario que sus baños, de agua y también de barro, eran insuperables: “Únicos en Chile para las dolencias al estómago, intestinos, riñones, vejiga, enfermedades de señoras (…)”. Lo mismo se decía de las termas de Catillo, hacia donde Ambrosio O’Higgins solía cabalgar en busca de aguas milagrosas.

Más al sur, “a 1.800 metros sobre el nivel del mar, muy inmediatas al volcán se encuentran las termas de Chillán (…). Sus vertientes se clasifican en sulfurosas, ferruginosas, potásicas y magnesianas”, informaba un artículo publicado en “El Mercurio” en febrero de 1914. Claro que, en esa época, llegar hasta allí era toda una aventura. La última estación de tren estaba en Pinto y de ahí había que subir la montaña en coche o a caballo, “por caminos en parte peligrosos, ofreciéndose a la vista regocijada del viajero hermosísimos paisajes de naturaleza virgen”. Otros balnearios termales del sur eran los baños de Tolhuaca, catalogados de óptimos “por su temperatura y mineralización”, y Puyehue, donde el veraneante podía sentirse como en Los Alpes.

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