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Por Vanessa Díaz B. Centro de Documentación
Para reducir los tiempos de viaje y descongestionar el Metro, el lunes 29 de abril de este año, el ministro de Transportes Pedro Pablo Errázuriz presentó el Plan Maestro de Transportes “Santiago 2025” que proyecta, entre otras cosas, un tranvía desde el aeropuerto internacional y otro que circule por Tobalaba desde avenida Vitacura a Departamental sur, trenes suburbanos a Nos, Melipilla y Batuco y la construcción de un teleférico.
Buscar alternativas diferentes para movilizar a los capitalinos, incentivarlos a que se bajen del auto y, de paso, reducir los altos niveles de contaminación atmosférica ha sido una constante de todos los gobiernos desde que el parque automotor empezó a crecer aceleradamente.
A comienzos de la década de los noventa, la opción que se consideró para resolver estos problemas fue volver a implementar los trolebuses, que, después de una época de esplendor, habían desaparecido en 1978.
El 24 de diciembre de 1991 se inauguró el recorrido de troles que iba desde la Plaza Chacabuco (Independencia) hasta la Alameda Bernardo O’Higgins. La tarifa tenía un costo de $90 para los adultos y $30 el pasaje escolar. El recorrido demoraba 56 minutos.
En una intervención, el entonces ministro de Transportes y Telecomunicaciones, Germán Correa, invitó a hacerse parte de un sistema de transporte público no contaminante. Además, formuló un llamado a los empresarios de la locomoción colectiva a no considerar a los trolebuses como una amenaza y no boicotear su funcionamiento.
El secretario de Estado hacía mención a lo tensa que resultó la puesta en marcha de los troles, la que fue varias veces postergada, entre otras razones, por una norma que prohibía la circulación de vehículos de transporte colectivo usados en la capital, el que fue solucionado con modificaciones a la ley 19.040.
Pese a todos los inconvenientes, los trolebuses funcionaron con mediana tranquilidad hasta que, en 1993, una huelga de los conductores por mejores sueldos sería el primer signo del declive.
El 9 de julio de 1994 las máquinas circularon por última vez. La quiebra de la firma por una deuda que ascendía a $600 millones de la época hizo insostenible la mantención del servicio.
Las quejas no se hicieron esperar, y un amplio debate se desató en la sección Cartas al Director, de “El Mercurio”. Los lectores acusaban la nula reacción de Transportes por tratar de salvar un sistema que consideraban “seguro, limpio, silencioso y no contaminante”. La respuesta vino del entonces jefe de gabinete de la cartera, Andrés Rengifo, que consideraba injusto responsabilizar al Gobierno “por los resultados de gestión de una empresa privada en un régimen de libre mercado y, lo que es peor, responsabilizar al Gobierno porque el público prefiera los buses a los trolleys”.
Actualmente, los trolebuses solo circulan por Valparaíso. Por 60 años han sido un medio de transporte y un atractivo turístico de la ciudad.
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