Fuente: Piñera y la portabilidad numérica, por Sebastián Edwards – Voces de LA TERCERA
Hace dos meses, durante una fugaz pasada por Santiago, tuve la oportunidad de asistir a una interesante comida. Ese viernes se reunieron en una casa de Chicureo uno de los periodistas más influyentes de la plaza, dos de los artistas plásticos más apreciados del país, el decano de una facultad importante, un arquitecto insigne, un intelectual independiente -individuo pausado y reflexivo-, un exitoso empresario tentado por la política y otros amigos y amigas entrañables. La conversación saltó de tema en tema, incluyendo las tropelías del nuevo presidente de los Estados Unidos, los últimos frutos de la literatura nacional, la extraordinaria labor cumplida por Ediciones UDP en las letras de la región, el futuro de la Argentina -país desde el cual yo venía llegando- y, naturalmente, la política chilena. Desde un punto de vista ideológico, los comensales abarcaban un amplio arco: desde la derecha ilustrada, hasta el progresismo laico y moderno (no había representantes del Frente Amplio; los invitados eran todos mayores de 30 años).
La ausencia de legado
El dueño de casa, un alto ejecutivo de la industria del retail, dirigía la conversación en forma tranquila y casi imperceptible. Ponía un tema, dejaba que se creara controversia, para luego cambiar el eje de la plática. Todo muy interesante y muy civilizado.
En cierto momento, alguien -es posible que haya sido yo mismo- preguntó cuál era el gran legado del gobierno de Piñera. Se produjo un silencio breve, pero notorio. Enseguida, muchos de los comensales empezaron a dar su opinión en forma atropellada. Se habló del millón de empleos, del crecimiento acelerado -por encima del 5%-, de la reconstrucción después del terremoto y de otras cuestiones de esa naturaleza.
Alguien -me parece que fue el arquitecto- dijo que, desde luego, el de Piñera había sido un gobierno competente. Además, no se podía negar que había tenido un poco de suerte: el ciclo económico internacional lo había ayudado. El artista terció diciendo que uno de sus mayores logros fue haber extendido el prenatal a seis meses. El periodista, hombre informado y estudioso, le rebatió, y afirmó que al restringir este permiso tan sólo a las madres (y excluir a los padres) se estaba yendo en contra de la tendencia internacional. Además, aseveró, los problemas éticos durante ese cuatrienio habían manchado, incluso, su débil herencia exitista.
El decano tomó la palabra y dijo que si bien había votado por Piñera -pensaba hacerlo nuevamente-, a veces se planteaba la interrogante del “gran legado”. Agregó que como tanto gobierno de derecha, en todas partes del mundo, el de Piñera había sido pragmático, eficiente y “cosista”, pero que no tenía algo grande que mostrar. Una ingeniera que hasta ese momento se había mantenido en silencio, dijo que si bien la historia no era su fuerte, a ella le parecía que los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher habían creado una épica enorme y habían cambiado el mundo.
Volvió a crearse un silencio, un tanto incómodo para los partidarios del ex presidente.
Fue en ese momento cuando el empresario dijo algo notable. Con absoluta seriedad, aseveró que el mayor logro de la administración de Piñera fue haber implementado la “portabilidad numérica”, la posibilidad de que las personas se quedaran con su número de celular cuando se cambiaban de compañía telefónica.
De inmediato se produjo una carcajada general. El artista preguntó si, de verdad, ese se podía clasificar como un “gran” logro. La ingeniera miró hacia el suelo, un poco avergonzada. El decano carraspeó y el periodista dijo que eso confirmaba lo vulgar que había sido ese gobierno. Enseguida se lamentó que Ricardo Lagos no fuera candidato a la presidencia.
El empresario no se achicó e insistió en su punto. Lo importante, insistió, es que los gobiernos satisfagan las sentidas demandas de la gente, aunque estas parezcan muy básicas, aunque no sean para los libros de historia. Pero nadie le hizo caso; todo el mundo volvió a reír y a hacer bromas a su costa. Durante los próximos minutos la conversación empezó a diluirse. Un grupo de los comensales se dirigió a la terraza para fumar y al poco rato la reunión llegó a su fin.
Apariencias y profundidad
Me quedó dando vueltas esto de la “portabilidad numérica”.
Me parece que es un ejemplo magnífico de lo que fue el gobierno de Sebastián Piñera. Por un lado, como se ha dicho muchas veces y se aseveró en esa comida, se trató de un gobierno que esencialmente se preocupó por cuestiones pragmáticas -como el tema de los números de celulares-, que afectan la calidad de vida de las personas.
Pero al mismo tiempo fue una administración cuyos logros no son suficientemente valorados; a veces por odiosidad, a veces porque no se entiende que muchos de ellos tienen un trasfondo mucho más sofisticado y profundo de lo que se cree.
Resulta que el caso de la portabilidad numérica es una de esas políticas que tienen un trasfondo importante. Al haber implementado esa medida, el gobierno de Piñera no sólo satisfizo una demanda práctica, sino que también aumentó fuertemente la competencia en un área donde, debido a razones tecnológicas -lo que los economistas llaman “externalidades de redes”- hay una tendencia al monopolio natural. Al poder llevarse su número del celular -y lo que es mucho más importante, sus contactos- cuando se cambian de proveedor, los consumidores están mucho más dispuestos a buscar y aceptar mejores ofertas de otras compañías, y de ese modo fomentan la competencia, la que es fuente de la productividad y el progreso.
De hecho, a la luz de la enorme multa que recientemente sufrió Google en la Unión Europea, en los últimos días algunos expertos -incluyendo el profesor de la Universidad de Chicago Luigi Zingales, quien hace unos meses visitara Chile- han propuesto que se implemente una “portabilidad de información” en las redes sociales. La idea es que las personas puedan cambiarse de buscador, o de plataforma social (Facebook), y llevarse toda la información personal que se ha acumulado en las redes; información sobre sus hábitos de compra, de lectura, de búsqueda, sobre sus amistades, sus preocupaciones y obsesiones. Si esto sucediera, argumentó Zingales en un artículo en el New York Times, aumentaría fuertemente la competencia, evitando que los consumidores sean virtuales prisioneros de las compañías de internet a las que se afiliaron tempranamente. (El tema es bastante simple: si todos mis amigos están en Facebook, yo no tengo otra opción que estar en la misma plataforma. Sin embargo, si mis amigos saben que yo me he cambiado a una plataforma nueva, y mantienen mis contactos, y pueden acceder a mi información y pueden contactarme con facilidad, yo estaría más dispuesto a buscar nuevas opciones).
Cómplices pasivos
Pero mi reflexión sobre el gobierno de Piñera y sus logros no estuvo restringida al tema de la telefonía, ni la reconstrucción, ni el empleo. Todos estos fueron avances importantes. Pero creo que el logro “grande” de esa administración fue que el presidente haya expresado que durante la dictadura hubo muchos “cómplices pasivos”. Esta aseveración, que molestó a muchos de los militantes de la UDI, marca un antes y un después en la derecha chilena. Es justamente por esto que es posible que en las próximas elecciones la candidatura de Piñera pueda atraer a la gran mayoría de quienes votaron por Felipe Kast durante las primarias. Más aún, hace posible que en un futuro no demasiado cercano se logre una alianza entre la centroderecha y una parte importante de la Democracia Cristiana. Pero para que esta posibilidad se transforme en algo real y concreto, es necesario que el candidato Piñera entienda que para muchos ciudadanos -y especialmente para los jóvenes- es esencial que el candidato por quien ellos votan sea alguien que hable con claridad sobre los horrores de la dictadura y no haga ninguna apología de Pinochet y su entorno.
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