Fuente: El Mercurio.com – El periódico líder de noticias en Chile
Maureen Lennon Zaninovic
“Un ejército bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos apoyando un gobierno de amigos sólidos aliando las fuerzas; pasaremos por mar para tomar a Lima: ése es el camino y no éste… hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no se acabará”.
La carta del general José de San Martín a un amigo -reproducida en el proyecto editorial de “El Mercurio” en conjunto con la Universidad de los Andes: “Chile en cuatro momentos”- revela su plan para consolidar la libertad de los países hispanoamericanos. El famoso Plan Continental, bautizado así por el militar y político rioplatense, pretendió primero asegurar la independencia chilena, para después liberar al Perú: último gran bastión realista de América. Una odisea -para muchos- con pocas posibilidades de fructificar. Una quimera sin mucho destino, entre otras razones por los retos geográficos y logísticos de esta verdadera epopeya que significaría el cruce de los Andes.
“San Martín creía que el Río de la Plata podía conservar su independencia siempre y cuando el Virreinato del Perú dejara el dominio español. Pero, para liberar al Perú, primero era necesario liberar a nuestro país”, comenta a “Artes y Letras” el historiador Augusto Salinas, profesor del Instituto de Historia de la Universidad de los Andes y del Magíster en Pensamiento Militar y Pensamiento Estratégico de la Academia de Guerra del Ejército.
El general Marcos López Ardiles, presidente de la Academia de Historia Militar, añade que “el más grande y notable mérito de San Martín fue darse cuenta de que los empeños independentistas, que partieron desde el norte de Argentina y que luego seguían por Bolivia para finalmente caer en el Perú, habían sido un sistemático fracaso y por eso optó por diseñar otro plan estratégico y dar forma al Ejército de los Andes”.
San Martín: con mano de hierro
Es sabido que el Gobierno de Buenos Aires vislumbró este cruce -que como primer objetivo buscaba sorprender y aplacar a las tropas realistas en Chile, sobre todo después de las alarmantes noticias recibidas desde Europa con un Fernando VII deseoso de recuperar su imperio luego de haber restaurado el absolutismo en España- como un proyecto poco viable, hasta que el director supremo Juan Martín de Pueyrredón le otorgó total prioridad y en agosto de 1816 terminó aprobando el Plan Continental y designa al militar rioplatense como su general en jefe. “Pueyrredón fue un hombre muy cercano a San Martín. Aplaude su plan y le entrega todo su apoyo”, complementa Augusto Salinas, y añade que José de San Martín, “con mano de hierro comenzó la búsqueda de financiamiento y planificación de esta expedición: se confiscan bienes de la Iglesia, de los chapetones (españoles); crea arbitrios, es decir, tributos puestos a discrecionalidad para esta causa. Se acuerda una hipoteca sobre la hacienda de la provincia de Cuyo por valor de 44 mil pesos plata y hubo un préstamo adicional del comercio de Mendoza de 20 mil pesos plata. ¡Fue una empresa enorme!”.
En Plumerillo se instala una maestranza dirigida -según el docente de la Universidad de los Andes- “por un hombre extraordinario, Fray Luis Beltrán: un militar y fraile franciscano argentino, de brillante actuación como fabricante y organizador de artillería. Él aprovisionó al Ejército de los Andes de una serie de elementos fantásticos”.
El presidente de la Academia de Historia Militar agrega que “afortunadamente para José de San Martín llegan a Mendoza los chilenos que habían sido derrotados en Rancagua y se suman a este Ejército de los Andes. Junto a los emigrados chilenos, se unen milicias locales, voluntarios de Cuyo, negros libertos que fueron de extraordinaria ayuda y que pusieron en riesgo su vida en el campo de batalla con el compromiso de ganar su libertad; y los batallones del Regimiento de Granaderos a Caballo. Llegan también Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera, pero con este último no tiene entendimiento y parte a su exilio hacia Buenos Aires. Con O’Higgins, en cambio, el prócer rioplatense se conecta muy bien. El entendimiento entre ambos fue bellísimo: una amistad que perduró por años, bajo el muy buen paraguas de la Logia Lautarina, que no fue una logia masónica propiamente tal, pero que sí tomó algunos elementos de la masonería y que convocó a un grupo de hombres empeñados en la libertad de América”.
Augusto Salinas explica que el Ejército de los Andes lo integraron más de cinco mil hombres, de los cuales 3.900 fueron militares y el resto baqueanos, herreros, arrieros, médicos y sacerdotes. “San Martín se hizo asesorar adecuadamente por baqueanos que conocían los desafíos y peligros de la cordillera, y éstos le advirtieron que la altura máxima sería de cinco mil metros y que la travesía no se podía extender por más de 21 días, para evitar las nevazones que comenzaban hacia fines de febrero. Debían las tropas, de manera diaria, recorrer 30 kilómetros por desfiladeros, por rocas y por hielos. Fue toda una hazaña”, dice el académico.
Los preparativos están terminados a principios de enero de 1817. El grueso del Ejército de los Andes se dividió en dos columnas que confluirán en San Felipe, en la vertiente occidental del macizo andino, para luego atacar de manera sorpresiva a Santiago. Otros cuatro destacamentos más pequeños abandonan Mendoza unos días antes e ingresarán a Chile a la altura de Copiapó, Coquimbo, San Gabriel y Curicó, respectivamente. El 5 de enero se oficia una misa que simboliza el inicio de la epopeya. La primera columna que deja el campamento Plumerillo corresponde a la segunda división del Ejército de los Andes, a cargo del coronel Juan Gregorio Las Heras, que sale el 18 de ese mes rumbo a Uspallata y al valle del río Aconcagua. La sigue el primer cuerpo de ejército, comandado por el general Miguel Estanislao Soler y cuyo segundo jefe es el brigadier Bernardo O’Higgins, que seguirá la ruta del paso de Los Patos. El general San Martín y su escolta de cien granaderos a caballo son los últimos en abandonar Plumerillo: salen el 25 de enero para unirse a la división de Soler.
El verdadero enemigo es la naturaleza
San Martín sabe de los peligros que debe enfrentar. Le escribe a su amigo Tomás Guido, en 1816: “Lo que no me deja dormir no es la oposición que pueden hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”.
Augusto Salinas relata que en la travesía se encuentran con senderos de roca dura y laderas peligrosas. “Las tropas se enfrentan a problemas de puna, de congelamiento, de hipotermia. Había escasez de leña y agua, y la oscilación térmica era enorme: 42 grados; vale decir, en el día la temperatura podía alcanzar hasta los 30 grados y en la noche, un frío extremo, menos 12 grados bajo cero. Llevaron cerca de 900 mil municiones y ocho mil fusiles y carabinas; y media tonelada de pólvora. En el tema del vestuario José de San Martín puso todo el empeño; desde luego ponchos, capotes, gorros de lana, paños y tamangos: una bota rústica de gran aguante, forrada con vellones de lana. La vestimenta de un soldado es esencial para ganar la guerra y, sobre todo, los pies. Con los pies resguardados se gana la guerra”.
El académico de la Universidad de los Andes explica que el papel de Fray Luis Beltrán fue clave: “El fabricó un puente móvil, un mecano que armado podía alcanzar los 48 metros. También fabricó zorras: rastras o fundas angostas hechas de piel de toro cuya función fue proteger los cañones”.
El ganado es el que más sufre los estragos del tiempo y la dureza del terreno. De las 9.281 mulas y 1.500 caballos que salen de Mendoza, llegan a Chile solo 4.300 mulas y 500 caballos. Las principales causas son la mala alimentación y los accidentes. “La alimentación es otro aspecto muy importante. El ejército consume galleta, charqui, vino, aguardiente, sebo, cebollas, ajos y ají que previenen de la puna o el soroche”, advierte Augusto Salinas, y detalla otras cifras relevantes: contaban con 7.357 mulas de silla y 1.922 mulas de carga las que a su vez transportaban 150 kg. “¡Imagínense lo que fue cruzar la cordillera con ese peso! Por eso llegaron muy pocas mulas vivas a Chile”.
Cuando las divisiones de O’Higgins, Soler y Gregorio Las Heras llegan al valle de Aconcagua, se encuentran repentinamente con las tropas realistas del coronel Rafael Maroto cerca de Chacabuco. De forma rápida se decide atacar por medio de la infantería y la caballería bajo el insoportable calor del mediodía del 12 de febrero. Pronto se rompería el cerco del enemigo y se sellaría el triunfo.
“El sentido estratégico de José de San Martín fue formidable: inédito en la historia. Algunos han comparado su hazaña con el día D de Eisenhower y con el cruce Napoleón por los Alpes, pero para mí fue superior. Todo fue previsto por él de una manera muy única: municiones, comida, ropa y hasta dirección espiritual. La altura máxima del cruce de Napoleón fue de 2.500 metros; o sea, la mitad del cruce de los Andes. En los Alpes, por lo demás, había poblaciones y hubo gente que los auxilió con abrigo y víveres. En nuestro caso el ejército se enfrentó ante un territorio tremendamente agresivo. Hubo heridos, lisiados e incluso ciegos por efecto del resplandor del hielo. ¡Fue un logro que ganaran Chacabuco!”, puntualiza Augusto Salinas.
El presidente de la Academia de Historia Militar remata:
“La Batalla de Chacabuco, que se produce de manera intempestiva, tiene una influencia enorme para América, porque a partir de ese momento las tropas del rey comenzarán a tener una serie de reveses significativos en el Cono Sur. Las tropas realistas comienzan a perder su poder. Chacabuco marca un punto clave: se convierte en un punto de no retorno”.
López Ardiles puntualiza que cuando José de San Martín atraviesa los Andes y llega a Chile, el cabildo de Santiago le ofrece a él “ser el director supremo, nada menos que a él que era una extranjero, porque lo vieron como un libertador. San Martín agradece ese gesto, pero manifiesta que no puede asumir porque tiene una misión que no está terminada y propone al mismo cabildo que el director supremo sea el brigadier O’Higgins y el cabildo lo termina aclamando. Fue impresionante la buena amistad entre ambos. Los libertadores, O’Higgins y San Martín veían a una América unida. Lamentablemente eso no fue posible y terminamos dividiéndonos”.
Cristián Guerrero Lira: “Lo novedoso no fue el plan, sino la planificación de San Martín”
La Corporación de Conservación y Difusión del Patrimonio Histórico y Militar, CPHM, acaba de publicar el libro “De Mendoza a Chacabuco”, de Cristián Guerrero Lira, con el apoyo de la Universidad Bernardo O’Higgins (en librerías Antártica, $12.000).
Guerrero Lira es profesor de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y también es docente de la Academia de Guerra del Ejército. Comenta que una de las novedades de su publicación es que cuenta con fotografías y mapas que se ajustan a los escenarios originales, diseñados en base a imágenes satelitales. “La idea es darle una dimensión más real al cruce de los Andes y a la Batalla de Chacabuco, para que el lector capte la extensión de los cerros y lo que fue esta travesía”, dice el historiador, y añade que revisó los planteamientos historiográficos del siglo XIX y del XX en torno a estos episodios. “No señalo que San Martín tuvo la genial idea de hacer este cruce, porque hay otros planes similares que salieron a la luz en esa misma época e incluso antes. Tampoco desarrollo la convicción muy afianzada de que O’Higgins fue el creador de todo y la idea -errada- que muchos aún tienen de que el Ejército de los Andes lo formaron chilenos que arrancaron de Rancagua y que vuelven con la ayuda de algunos rioplatenses. Eso no fue así. El Ejército de los Andes lo integran, en su mayoría, argentinos y, además, hubo dos batallones que estuvieron conformados casi en un 90% por negros libertos”.
Cristián Guerrero Lira puntualiza: “Más que la idea, la gracia fue la ejecución. Lo novedoso no fue el plan, sino la planificación de San Martín. El militar rioplatense se preocupó de todo, desde detalles tan mínimos como las herraduras de repuesto para las miles de mulas, la alimentación, el adiestramiento de los soldados, enseñarles a marchar y a combatir. O sea, es una creación tremenda de un ejército que es absolutamente funcional y que combate después de cruzar la cordillera. Todo es brillante”.
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