Source: El Mercurio.com – El periódico líder de noticias en Chile
Señor Director:
El martes de la semana pasada, con mis niños de 2, 5 y 7 años, mi marido y mi nana, vivimos uno de los peores momentos de nuestras vidas. Siete hombres encapuchados, vestidos de negro, con pistola en mano y sumamente agresivos, irrumpieron en nuestra casa, en Chicureo, y entraron a mi pieza gritando violentamente y haciendo un quiebre en nuestras vidas. Mis niños nunca recuperarán la inocencia de sus almas y nosotros nunca más viviremos en paz.
Cuando estábamos amarrados de manos y pies, y con uno de los encapuchados apuntándonos con su arma, sentí profundamente la fragilidad de la vida, pero no por algo fortuito, sino porque delincuentes invadieron la privacidad de mi casa sin ningún temor.
Ver cómo los hijos de uno tiemblan de miedo mientras miran con sus ojitos llenos de lágrimas cómo su casa, su lugar de protección, es completamente destrozado, violado, es un sentimiento inexplicable.
Después uno empieza a escuchar que estos jóvenes no pueden ir a la cárcel porque el daño puede ser mayor para ellos, pero ¿quién se preocupa de nosotros, del daño en nuestras vidas, del trauma experimentado?
Los Poderes del Estado no están funcionando, y la impunidad de la delincuencia en la que estamos viviendo los ciudadanos honrados y responsables es inaceptable.
Catalina Rojas Roldán
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