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Marilú Ortiz de RozasDe la piedra nació el primer oficio que desarrolló el ser humano: cantero. “No ese otro, como habitualmente se cree”, agrega, con picardía, Rolando Abarca. Cantero, ejerce esta profesión tal como lo hiciera su abuelo, su padre, y lo hace su hijo y su nieto, además de hermanos, tíos y sobrinos. Las últimas cuatro generaciones nacieron y se criaron en Las Canteras de Colina, que vive en torno a esta actividad. “Hemos aportado nuestras manos a la construcción del país. De hecho, si el gobernador García Hurtado de Mendoza no hubiese traído canteros en su expedición, no se hubiera logrado la Conquista”, afirma Abarca, mientras da unos toques a un bloque de toba rosada, en su soleado taller.
Todo ese saber ha quedado registrado en el libro de gran formato “Canteros de Colina. Historia y Patrimonio Cultural” (104 páginas, Editorial Midia. Textos, Rolando Abarca; dirección editorial, Teresa Vial; fotografías, Enrique Cerda). Publicado por la Corporación de Artes y Cultura de Colina, junto a la Municipalidad de Colina y financiado por AngloAmerican, el texto precisa que esos siete canteros originales, encabezados por Juan de Lezana, desembarcaron en las costas chilenas en 1556. Tuvieron por primera misión reconstruir el fuerte de Tucapel en piedra, en vez de madera. En esa comitiva venían además 16 sacerdotes y el poeta Alonso de Ercilla y Zúñiga, sellando ese particular lazo entre la piedra, la palabra y Dios.
Rolando Abarca ha pasado su vida entre la cantera y las bibliotecas, y el no haber cursado sino hasta séptimo básico no le impidió volverse un acucioso investigador, que ha rescatado la historia de su oficio y de su pueblo. Estuvo a cargo de los textos del libro, que destacan por su erudición y claridad: “Uno se expresa en las palabras que tiene”, comenta.
El libro plasma la epopeya de los canteros, con históricas fotografías de emblemáticas obras de nuestro país que han sido construidas en piedra, como la Catedral Metropolitana, el Palacio de la Moneda, las iglesias de San Francisco y de la Compañía, el adoquinado de Santiago, entre otras. Para Abarca, entre las edificaciones más importantes figura el Puente de Cal y Canto, porque marcó una revolución. “Este oficio no es compartido, sino entre familiares directos, como una fraternidad. Sin embargo, para realizar ese puente de gran envergadura, se formó a numerosos presos, los que posteriormente continuaron en la cantera, ampliando la difusión de estos conocimientos”, subraya.
Otra obra muy especial para Abarca es la Catedral, por su simbolismo y porque desde 2006 restaura estas piedras con sus propias manos.
Resguardar lo típico
Un objetivo ulterior del libro es apoyar la declaración de Zona Típica de este pueblo de 2.500 almas, donde todos son parientes y canteros. “El pueblo, en realidad, queda en Chicureo, un poco antes de la avenida principal de este vecindario, hoy tan cotizado, por el que rondan, hambrientas, las empresas inmobiliarias. Por lo que nos urge apurar esta declaración, trámite que se encuentra en el Consejo de Monumentos Nacionales”, afirma Abarca. El pueblo se emplaza a los pies de la cantera Pan de Azúcar, activa desde 1884, en el cerro homónimo.
Los canteros llaman a su oficio “la bendición de la piedra”, y si, en sus tiempos, el abuelo de Abarca era carretonero del rubro, hoy su hermano tiene un Camaro. “A mí no me interesan los autos caros, pero me gusta viajar. He tenido la fortuna de conocer Francia, cuna de la piedra. La Catedral de Notre Dame de París es para mí lo que Wembley para los amantes del fútbol”, concluye.
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