Reseña histórica del “Monolito de O’Higgins” o “Monumento Antiguo”, por el General (r) José Gaete Paredes, Oficial de Ejército (R), Oficial de Estado Mayor, Licenciado en Ciencias Militares. Magíster en Ciencias Militares, mención Política de Defensa. Magíster en Ciencias Militares, mención Análisis y Planificación Estratégica.
Para la inauguración de los trabajos de puesta en valor del monumento y terrenos circundantes, del 07 de septiembre del 2016
¿Cuál es la razón de que hoy estemos reunidos aquí?
Habemos hombres y mujeres chilenos y argentinos, representantes de distintos sectores y de las más variadas profesiones y actividades; ¿será entonces importante lo que hemos venido a hacer hoy en este campo de Chacabuco?
En forma muy breve intentaré responder estas preguntas y al hacerlo espero despertar en vosotros no solo la admiración sino la curiosidad y el interés por lo que unos pocos miles de hombres hicieron por nosotros, hace casi doscientos años, justo aquí, en este entorno de cumbres, laderas y faldas cordilleranas.
“El hombre contemporáneo —nos dice Ricardo Krebs, destacado premio nacional de historia de nuestro país— suele organizar su presente en función del futuro. La revolución es uno de los signos de nuestro tiempo. La tradición ya no legitima nuestro quehacer y es sentida por muchos como un obstáculo. Sin embargo, el hombre sigue siendo lo que ha sido siempre: sigue siendo un ser histórico. Como tal tiene, no solo un presente y un futuro, sino también un pasado. Nosotros somos nuestra historia”
En efecto, decimos nosotros, no somos sino el producto de nuestro pasado y al mismo tiempo el pasado de otro futuro que algún día también será historia. Sí, el pasado es inquietante y atingente, no se va, siempre está aquí, con nosotros, hablándonos al oído, repitiéndonos aquello de que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla.
Claro que sí, conocer nuestra historia constituye una base vital para estructurar un mejor futuro. Es un hecho, para saber a dónde vamos es necesario saber de dónde venimos.
Y por ello estamos hoy aquí, para recordar, para rendir un homenaje —uno de muchos que vendrán con ocasión del bicentenario del Cruce de los Andes y de la Batalla de Chacabuco— a todos los que hicieron posible que hoy nos digamos libres, independientes, soberanos.
Recordemos entonces: En enero de 1817 el Ejército de Los Andes inició los desplazamientos y acciones para realizar el cruce de la cordillera hacia el oeste desde la zona general de Mendoza, organizados en seis columnas cuyo centro de gravedad lo constituyen aquellas dos que cruzaron la cordillera por “Los Patos” y “Uspallata,” y que fueron a coincidir y a reunirse en la localidad de Curimón, un 09 de febrero de 1817.
Desde ese lugar el ejército patriota inicia el trabajo de aproximación hacia Chacabuco bajo el mando del General José de San Martín. La Primera División, al mando del General Miguel Estanislao Soler, efectúa un envolvimiento por el oeste (la cuesta nueva) hacia el flanco izquierdo y espalda del dispositivo enemigo, y la Segunda División, al mando del Brigadier Bernardo O’Higgins, avanza como un aguijón por el centro (la cuesta vieja) para atacar el frente de la defensa realista.
Esta última -la defensa realista- bajo el mando del Brigadier Rafael Maroto, en una primera instancia iba a defenderse en las cumbres de la serranía de Chacabuco, pero posteriormente adopta posiciones defensivas más abajo, hacia el sur de las cumbres, pero al norte de las casas de la hacienda de Chacabuco, entre el Cerro Guanaco por el este y el cerro Chingue por el oeste, pretendiendo cerrar con esto el paso de los patriotas a Santiago.
Independientemente de los detalles sobre lo plani?cado originalmente y del modo en que eventualmente pudieron suceder los hechos, lo concreto es que se produce el ataque desde los cerros hacia el plano, desde el este hacia el oeste. Y en este cometido, la División de O’Higgins es la primera en cruzar sus fuegos con el enemigo y en tomar contacto con él. Después, luego de las escaramuzas iniciales, detenido a ratos el avance por la resistencia enemiga, se inicia el segundo asalto, esta vez con los batallones N°7 y N°8, apoyados por los Granaderos a Caballo, que rápidamente, a través del humo y el polvo cargan contra las filas realistas, dividiendo en dos el centro de la defensa, produciéndose de este modo la decisión en favor de las armas patriotas.
Como producto de esta Victoria, cuyos pormenores hemos pasado por alto aquí en este apretado resumen, surge la idea de erigir en el mismo lugar de los hechos, un monumento que recuerde a los caídos en combate. De hecho, ya en marzo de 1817, un mes después de la batalla, el Director Supremo Bernardo O’Higgins, dispuso que el artesano y arquitecto Ignacio de Andía y Varela se hiciese cargo de la tarea de “erigir sobre el glorioso campo de Chacabuco un monumento que eternice la memoria de las bravas huestes argentinas que el 12 de febrero inmediato, sellaron allí con su sangre la libertad de Chile.”
Andía cumplió con el encargo, realizando un desafío que no ha llegado hasta nosotros. Aun así, y con el apoyo del gobierno, se puso manos a la obra, instalándose en las casas de la hacienda de Chacabuco que para estos efectos le sirvieron de taller. Se reunieron los materiales y las herramientas necesarias, pero en número insuficiente. A lo anterior se sumó la di?cultad que representaba el abastecimiento de agua y la distancia de la capital. Pese a todo, hay un elemento importante que debemos considerar, y es que el mismo Andía según anota en sus documentos, había escogido como sitio del homenaje uno muy cercano al que actualmente conmemora la Victoria, y que fuera inaugurado en 1968.
El trabajo no progresó. Así, en octubre de 1817, el general San Martín expresó su interés en que se concluyera el monumento a este “triunfo que ha dado la libertad al país” y expresó la necesidad de que “estuviese concluido para el 12 de febrero, [de manera tal] que el Ejército pudiese a su pie celebrar el aniversario de esa victoria que le hace tanto honor”, pues, agregaba, “este acto será un nuevo estímulo al amor, a la gloria y a ese entusiasmo patriótico que es el resorte más poderoso de la opinión y de las buenas acciones”.
Sin embargo, ello no fue posible. Los recursos eran escasos y hacia ?nes de ese año la noticia de la preparación de la segunda expedición del general Mariano Osorio, obligó a desviar la atención hacia otras materias. Pero la memoria es persistente, nos habla al oído: la idea de rendir un homenaje a la Victoria obtenida en Chacabuco se mantuvo latente y es esta la razón de que un 12 de febrero de 1818, precisamente un año después de la batalla, se proclamara o?cialmente la independencia de Chile.
Pero la vida siempre reserva sorpresas. Chile había declarado su independencia, pero debía consolidarla. La sorpresa de Cancha Rayada remeció como un terremoto la solidez de este edi?cio nuevo, y el temor, como las ondas sísmicas, llegó a Santiago. Pocas semanas después, no obstante, el enemigo fue derrotado en los llanos de Maipú. Era el 5 de abril de 1818. Y una vez más se dispuso la erección de un monumento conmemorativo de la gesta heroica, y una vez más la concreción de la iniciativa se frustró. En Chacabuco, sin ir más lejos, hubo que esperar hasta 1918 para que se celebraran las ceremonias de inauguración de las obras recordatorias.
El hito que hay nos reúne es conocido como “Monolito de O’Higgins”. No se ha podido precisar aun cuando y por orden de quien se erigió. La placa conmemorativa y los usos lingüísticos que en ella se reconocen, así como el tipo de construcción, hacen presumir que data de fines del siglo XIX o principios del siglo XX, siendo esto último lo más probable. ¿Por qué?
Porque cuando en julio de 1910 se preparaba la celebración del centenario de la independencia, en la Cámara de Diputados se discutió la posibilidad de apoyar la iniciativa de un grupo de vecinos de la ciudad de Los Andes en orden a erigir un monumento conmemorativo a la gesta del ejército comandado por San Martín, moción llevada a la Cámara por el diputado Manuel Rivas Vicuña. Ahí se manifestó la posibilidad de erigir un monumento en el mismo campo de batalla, dado que en él no existía ninguno.
En efecto, Rivas Vicuña expresó: “Cuando S.E. el presidente de la República Argentina venga a Chile con las delegaciones que lo acompañan ¿qué monumento vamos a ofrecerle que [simbolice] esta cordialidad chileno-argentina, la unión que tuvieron los padres de ambas patrias en los campos de Chacabuco y que coronaron más tarde en Maipú? Y se respondía: Ninguno.”
Las intervenciones de otros diputados avanzaron en el mismo sentido: y es que a esa fecha no existía, en el campo mismo, un solo hito recordatorio.
Como fuere, lo importante es que a partir de cierta fecha que no hemos podido precisar, coincidente quizá con la instalación de la Junta Gubernativa del Reino el 18 de septiembre de 1810, o con el centenario de la batalla misma, y hasta 1968, este hito en que nos encontramos fue el único que recordó físicamente y en el lugar de la batalla, el triunfo de Chacabuco. Por eso es que también se le conoce como el “monumento antiguo”.
Esta es la razón, entonces, de que estemos hoy aquí. Por ello es que su rescate, y el del terreno circundante, es un hecho trascendente, pues el bicentenario de la batalla envuelve un signi?cado y una responsabilidad. Un significado que tiene que ver no tanto con la victoria como con lo que los pueblos -luego de conseguirla- hacen con ella. Y una responsabilidad que es una deuda de gratitud incesante hacia quienes nos precedieron en los ideales, en los trabajos y en la lucha. Esa es, precisamente, la importancia que tiene hoy nuestra presencia aquí. Somos herederos de antepasados esforzados y valientes, de una hermandad profunda y solidaria, frutos de un árbol cuya raíz –pese a la cordillera que nos separa—es común. Hago votos porque nos mantengamos dignos de quienes enfrentaron a pecho descubierto el fuego enemigo y nos legaron una patria libre y soberana.
Muchas gracias.
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