Keiko Fujimori es la favorita en la segunda vuelta presidencial peruana, que se realizará hoy. Foto:ap
Fuente: El Mercurio.com – El periódico líder de noticias en Chile
Matías Bakit R.
Para Keiko Fujimori hoy es el gran día. Uno que, sin embargo, nunca estuvo en sus planes hasta que su padre, Alberto Fujimori, llegó a Santiago en 2005 y marcó un punto de inflexión en el devenir de la hoy candidata presidencial de Perú. En ese entonces, la petición -más bien una exigencia, de acuerdo a quienes la conocen- fue simple, pero a la vez gravosa: que ella dejara su tranquila vida en EE.UU. y se convirtiera en el estandarte y en la guardiana del legado político del “fujimorismo” mientras él estaba imposibilitado de hacerlo.
Los partidarios de Keiko están seguros de que hoy por la tarde, cuando se comiencen a conocer los resultados de los sondeos a boca de urna, se confirmará su arribo al poder. O, más específicamente, la anhelada y a la vez temida vuelta del apellido del ex Presidente Fujimori al Palacio Pizarro.
Hoy, la hija no habla del padre. Y tampoco quiere que sus cercanos lo hagan. Sabe que eso podría exacerbar el gran rechazo que provoca la figura del ex Mandatario en buena parte del electorado peruano. Algo que podría ser la diferencia entre la victoria y la derrota en una carrera que comenzó hace varios años, precisamente en Chile.
2005: viaje sin escalas a la política
Colaboradores del ex Presidente que fueron testigos de todo el proceso de extradición recuerdan que desde que su padre llegó a Chile, en noviembre de 2005, Keiko Fujimori pasaba bastante tiempo en Santiago junto a él. Ella jugó un rol de “contención emocional” y “compañía”, sobre todo, en los seis meses en que estuvo detenido en una habitación de 150 metros cuadrados en la Escuela de Gendarmería.
Cuando el ex Mandatario salió de ese lugar, Keiko fue la encargada de acondicionar la casa en Las Condes donde viviría. Sin embargo, poco tiempo después, se la empezó a ver con menos frecuencia en Chile. Desde su círculo cercano aseguran que la hija mayor del ex Mandatario venía a Santiago solo algunos fines de semana y, usualmente, en viajes de pocas horas.
El cambio de rutina tenía una explicación: su padre la había elegido como su sucesora. Tarea que comenzó a delinear como su representante en la campaña parlamentaria y presidencial de 2006. El diseño del ex Presidente estaba claro desde sus días en Japón, cuyo eje era que los peruanos debían saber que “el Chino” estaba cerca de su país y que algún día volvería. Quien debía ser la imagen y voz de ese concepto era Keiko.
Un rol que estaba lejos de su horizonte. Colaboradores del “fujimorismo” explican que en 2005, salvo por viajes ocasionales a Perú para testificar en diversas indagaciones de la justicia, la hija estaba radicada en EE.UU., viviendo con su esposo,Mark Vito Villanella. No tenía intención alguna ni de mudarse ni de desarrollar una carrera política de alto perfil como la de su padre.
La última samurái
“El Chino”, según sus cercanos, tenía intenciones de ubicar en Santiago su base para monitorear la política peruana, dirigir su movimiento político y, eventualmente, cuando las aguas se aquietaran, regresar a Lima y volver a postularse a la Presidencia (ver recuadro).
Pero sus planes no marchaban con la premura que hubiese querido. El proceso judicial en Chile -el cual estaba seguro de que no terminaría en una extradición- no sería rápido. Por eso necesitaba un representante en Perú, alguien de su confianza, que asegurara su legado y fuera su continuidad. De acuerdo a su análisis, no había otra opcion. Debía ser Keiko, quien ya había mostrado aptitudes políticas al ser Primera Dama entre 1994 y 2000.
Quienes la conocen explican que aceptó la “misión” de inmediato, pero precisan que fue “terrible”, pues implicó un cambio de vida total para ella y su familia.
Esto, pues debió aceptar volver a Perú, insertarse de lleno en el huracán de amores y odios que generaba su padre, y viajar constantemente entre Lima y Santiago. Dicen que tuvo que ser “hija, estratega y alumna” a la vez.
Su rol era crucial, puesto que de las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2006 dependía la supervivencia del “fujimorismo”, que postulaba a Martha Chávez al Palacio Pizarro al no poder contar con su líder histórico.
El riesgo era grande. Una paliza en las urnas significaba la lápida para los planes futuros del “Chino”, y por ello, la estrategia a seguir concitaba todos los esfuerzos del ex Presidente. Tanto, que, según quienes lo acompañaban en Chile, Fujimori salía poco de su habitación, incluso en el lapso en el que estuvo libre o con arresto domiciliario. Solo quería estar cerca de un celular y un computador para estar conectado con Perú y con su hija.
Finalmente, de acuerdo a fuentes provenientes de su propio movimiento, la campaña en 2006 tuvo éxito, pues, contra todo pronóstico, el “fujimorismo” obtuvo 13 escaños en el Congreso, siendo Keiko la parlamentaria más votada a nivel nacional, con más de 600 mil sufragios.
Sus cercanos hoy no tienen dudas: fue esta campaña la que la catapultó a lo que es hoy. Y la presencia de su padre en Chile, el factor que la puso ahí.
El sabor amargo de la extradición que aún persiste
Lo que no estaba en los cálculos, ni de Alberto Fujimori ni de Keiko, fue el hecho de que el 21 de septiembre de 2007 la Corte Suprema de Chile diera curso a la extradición pedida por Perú, aprobando siete de las 13 causas presentadas por Lima: cinco por casos de corrupción y dos por delitos de lesa humanidad.
Fujimori había decidido localizar su nueva base en Chile porque no creía que el país lo fuese a extraditar. Confiaba en sus buenas relaciones con la clase política chilena y sabía que tanto en La Moneda como en la Cancillería había varias autoridades que calificaban sus gobiernos como “los mejores momentos de la relación entre los dos países”. Esto contrastaba, además, con el retroceso que se había vivido con la llegada al poder de Alejandro Toledo.
En julio de 2007, otro episodio alentó su optimismo, cuando el ministro de la Corte Suprema Orlando Álvarez rechazó en una primera instancia el pedido de extradición.
Con esto sobre la mesa, nadie en el “fujimorismo” esperaba que el fallo definitivo, dos meses después, fuera en sentido contrario. Aún hoy se lo califica como un balde de agua fría y sigue siendo un mal recuerdo entre los fujimoristas actuales; entre ellos, Keiko.
Un colaborador cercano del ex Presidente asegura que “no tiene dudas” de que la familia Fujimori tiene algunos anticuerpos con la figura de la Presidenta Michelle Bachelet.
En el sector creen que La Moneda habría jugado un rol ante la Corte Suprema, luego de que el entonces Presidente peruano, Alan García, anunciara en 2007 su intención de demandar a Chile ante La Haya por los límites marítimos de los dos países. De acuerdo a fuentes en Perú, el líder del Apra no quería a Fujimori de vuelta en Lima, y por consiguiente, el fallo de los tribunales habría sido, supuestamente, una “respuesta” de Chile.
Pero si bien sus cercanos dicen que Keiko, en lo personal, mantiene ese sabor amargo por el recuerdo de la extradición, dudan de que ese factor pueda teñir su política exterior. De hecho, mencionan que ella considera que Chile debiera ser de los socios principales de su gobierno, específicamente por los intereses comunes de ambos en la Alianza del Pacífico. Y esperan que todo esto comience a concretarse a partir de hoy.
La estadía del “chino” en Santiago
Como parte de un elaborado plan para volver a Perú desde su autoexilio en Japón, el ex Presidente Alberto Fujimori irrumpió en Chile el 6 de noviembre de 2005, poniendo en una incómoda situación a los gobiernos de Santiago y Lima. Dos años permaneció en Santiago hasta que fue extraditado a su país en septiembre de 2007, por decisión de la Corte Suprema chilena.
El ex Mandatario, quien a fines del 2000 había renunciado a la Presidencia por fax y se había asilado en Japón, era requerido por Perú como autor intelectual de las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, y por asociación ilícita para delinquir y malversación de recursos fiscales.
Fujimori llegó a Chile a bordo de un jet privado proveniente de Tokio, con una escala en Tijuana, México, e ingresó al país como turista con pasaporte peruano, sin que el personal de inmigración se percatara de su condición de prófugo.
Acompañado de cuatro asesores, Fujimori se dirigió al hotel Marriott, donde alcanzó a estar 10 horas antes de ser detenido -a petición del entonces Presidente peruano, Alejandro Toledo- y trasladado a la Escuela de la Policía de Investigaciones de Chile.
Su objetivo era preparar desde aquí su retorno a Perú para iniciar una nueva campaña presidencial para las elecciones de abril de 2006.
El viaje fue concienzudamente preparado. Prueba de ello es que luego de su arribo se entregaron a la prensa chilena fotografías de Fujimori al interior del avión mirando un mapa de la frontera de Chile y Perú, y otra en el momento en que descendía de la aeronave. Las habitaciones en el Marriott habían sido reservadas cinco días antes.
¿Por qué elegir Chile? “Porque ambos países se llevan mal”, le dijo Fujimori a una periodista japonesa. Y también, como explicó uno de sus asesores, por la “tradición jurídica intachable de Chile”.
Su llegada a Santiago se convirtió en una suerte de dilema diplomático para el gobierno de Ricardo Lagos que, por la doble nacionalidad de Fujimori, tuvo que lidiar tanto con demandas japonesas como peruanas.
Tanto, que los dos oficiales a cargo de Inmigración en el aeropuerto fueron removidos de sus cargos por “falta de rigurosidad”. Ello, pues se estableció que tuvieron que pasar 15 minutos, luego que el pasaporte de Fujimori fuese timbrado, para que los funcionarios revisaran la base de datos donde figuraba como prófugo.
Los días en Chicureo
Mientras tuvo orden de arraigo y hasta marzo de 2007, Fujimori vivió en una casa en Los Dominicos y luego en un departamento en Las Condes. Después arrendó una casa en el exclusivo condominio Hacienda de Chicureo, donde pasó sus últimos meses en Chile en arresto domiciliario dictado por la justicia chilena para que no fuera a asilarse en la embajada de Japón, como temían algunos.
Pese a la reclusión, su estadía allí debe haber sido el mejor tiempo del “chino” en Santiago. Cosechó amigos con los que compartió parrilladas y les devolvió la mano enseñándoles a hacer sushi. Aprendió algunos acordes de guitarra y jugó como “cabro chico” con los niños del condominio, de acuerdo a quienes compartieron con él en esa época.
Sus gastos habrían sido financiados por amigos desde Japón y su segunda esposa, la empresaria japonesa Satomi Kataoka.
Desde ese lugar también lanzó una frustrada candidatura al Senado japonés por el Nuevo Partido de los Ciudadanos, al que se presentó como “el último samurái”.
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