Riveros, posando para La Tercera en el parque La Laguna, de Chicureo. Foto: Reinaldo Ubilla.

Bárbara Riveros es chiquita, delgada, calladita, habla despacio y aunque algo sea bien gracioso, apenas sonríe. La triatleta, tal vez la mejor deportista chilena, la más exitosa de los últimos años para el país, tiene otro mundo; el interno, el que quiere traspasar a los niños, el que la acompaña en carreras que duran dos horas, el que le ha permitido estar en el alto rendimiento por años, lejos de sus cariños. Un mundo que es más o menos así:

En la niñez, conoció el triatlón. Se dijo inmediatamente que el asunto no sería un juego, sino en serio. Lo pensó también su padre, Agustín Riveros, ex deportista, quien inculcó los valores de la actividad física en sus hijos. Tres, Agustín, Bárbara y Gaspar, fueron triatletas.

La entrada al agua, la salida; el cambiarse y tomar la bicicleta, el pedalear; dejarla y trotar hasta la meta. Todos esos momentos sumaban al haber en la lista de momentos con el padre. Don Agustín ya no vivía con ella, sus padres estaban separados y los fines de semana de triatlón eran su tiempo juntos.

Ella lo valora mucho. “Al principio, me lo tomé como un juego, pero mi papá era muy enfocado en los resultados. Llamo a los padres a que no se enfoquen en los resultados”, dice la deportista.

Y no deja pasar la oportunidad para profundizar en el consejo. “La diferencia que veo con los países desarrollados es que allá los padres se ponen un paso atrás. Están, pero no se ponen en primera fila a tomar tiempos, saben cuál es el rol del papá y cuál el del entrenador”, dice con calma, pensando cada palabra.

¿De sus dichos se desprende rencor hacia su padre? A primera y segunda vista, parece que sí, pero no. En la cabeza de Bárbara, o en su corazón, sólo hay amor y agradecimiento. Andan juntos para todos lados los pocos días que la triatleta pasa en Chile. Hoy, ése es su momento juntos. Desde que la distancia aumentó a miles de kilómetros, pues Chicka ha vivido en lugares como Australia, España, Ruanda y ha viajado a todos los continentes.

Cuál es entonces su sentimiento hacia él. “Yo siempre agradezco demasiado. Mis padres se separaron cuando tenía seis años y él, a través del deporte, estuvo cerca de nosotros (ella y sus dos hermanos); fue súper exigente, pero fue linda la forma de comunicarse con nosotros de esa forma. Sin duda, a lo mejor, yo, siendo madre, haría las cosas diferentes, porque ya tengo la experiencia y lo viví. pero creo que él hizo lo mejor posible, nos exigió bastante. Lo lindo es que nos entregó los hábitos y valores del deporte”.

“Él es un guerrero, es de luchar hasta el final, esas son cosas que finalmente te marcan y te hace no botar una carrera o ser perseverante en todo en tu vida”, agrega.

Seria, parece dura Bárbara. Es que se fue de Chile aún siendo niña; ha hecho la vida lejos de sus cariños, de sus familiares, de algún amor ya olvidado. “Creo que siempre uno tiene que hacer sacrificios en la vida u optar, dejar novio, moverse de lugares, pero finalmente creo que la vida ha sido mi universidad y he aprendido muchísimo. No terminé mi carrera de Nutrición en la Chile, pero al final lo que he aprendido con esta experiencia de vida ha sido muy enriquecedor. Por ejemplo, la capacidad de ser flexible, calzar en diferentes culturas ha sido clave. El no ir con tus costumbres o forma de ser; sino observar más, leer y poder llevar conocimiento y tus valores a ese lugar, hacer una fusión, sin perder tus principios”.

Riveros repite que ha madurado mucho durante su carrera. Recuerda lo duro que es ser una figura juvenil en Chile y salir a competir al extranjero, donde hay decenas de niñas con su mismo talento. Y lo sabe: “Al principio, choca, porque acá te crees estrella y es muy fácil subirte los humos. En tu país la gente te alaba, lo que no está mal, pero creo que a veces es un exceso. Cuando te vas afuera te das cuenta de que los mejores del mundo son personas muy nobles, muy humildes y tú realmente no eres nadie”.

Así ha forjado su filosofía. Asegura que no tiene muy claro cuál es, pero de que existe, existe, y se basa en rendir al máximo en todo momento. “Por años competí contra hombres, podría haber sido más dejada, pero el saber si diste tu ciento por ciento era lo que en ese momento me motivaba. Después sales al extranjero y compites con chicas igual a ti o mejores, y es cuando uno tiene que poner una visión más amplia, que hay días en que te sientes mejor y otras en que no, pero si ese día diste tu ciento por ciento y quedaste tercera, quinta o 20, sentirte satisfecha con eso”.

Esta “Filosofía Riveros”, seguramente, aflora durante los triatlones. ¿Qué piensa Chicka en competencia, en el largo tiempo sobre la bicicleta o trotando?: “Más que nada, en el helado que me voy a comer”.

Sí, ahí se ríe con ganas. Pero al momento aclara: “Entramos en un trance meditativo, tratamos de estar siempre viviendo el presente, pero obviamente hay pensamientos, imagenes que se nos cruzan. Hay gente que tiene diferentes cosas (métodos), como contar, poner pequeñas metas en la misma carrera, otros que se preocupan de la técnica, mirar el reloj, creo que es algo muy de cada uno”.

Existe también un “Estilo Riveros” entonces, el sello de la chilena en las competencias internacionales. Chicka no se lo había planteado. “A lo mejor tengo mi estilo. Mi carrera depende mucho de cómo salí del agua. Uno trata de dosificar para llegar con su mejor energía en los últimos metros. En Toronto, por ejemplo, me dije voy a poner mi ritmo, no me voy a guardar, la que me aguante, que me aguante. Si voy sufriendo, la del lado también, a ver cuánto duramos”. Y ganó el oro.

Y si en la carrera lo hace, en la vida también. Riveros asegura que no existe el largo plazo. En el mundo se plantea a mediano plazo. Hoy sus días se centran en prepararse con miras a los Juegos Olímpicos de Río. No más allá. ¿Por qué? “Porque así focalizo la energía en una sola cosa y no la disperso”, responde.

¿Eso se entrena? La deportista replica que “depende de la etapa de mi vida, hay diferentes formas de focalizar mi mente y tratar de buscar cómo aplicar directamente el entrenamiento a la competencia”.

Así vive año a año, temporada a temporada, ciclo a ciclo olímpico. Es también un ejemplo práctico de que se puede vivir del deporte, aunque aclara que “no siempre he tenido apoyo”.

Pero hoy sí. “No es fácil vivir del deporte. El triatlón no es que dé mucho lucro, pero gracias a Dios he tenido el apoyo del Comité Olímpico, de los proyectos y he tratado de ser muy profesional. A las empresas les cuesta invertir desde abajo; toman deportistas cuando ya tienen resultados, es la mentalidad que hay que cambiar, en Chile somos muy exitistas”, declara.

Y como Río 2016 sí es importante en su agenda, entra en materia. De los ocho ya clasificados a Río, seis son mujeres. “Es increíble, en el sentido de que, con los años, las mujeres nos hemos atrevido a hacer deporte y hemos podido demostrar que, si nos proponemos metas, podemos perfectamente ser cabezones como ellos. Ellas han luchado, dejan un ejemplo”.

Dejar cosas y dar ese ciento por ciento son dos conceptos primordiales para Riveros. Por eso mismo, no se da permiso para soñar con ser abanderada en Brasil, aunque dice que le “encantaría”, tendría que arribar a Brasil antes de lo presupuestado y “ser abanderada y tener una buena performance cuesta”.

Un sacrificio más. Un ejemplo extra para quienes la siguen. Muchos son niños, como los más de 100 que fueron a su charla hace unos días, en Chicureo. Es que ella quiere dejar un mensaje. “No es fácil ser deportista, sobre todo cuando alcanzas un nivel  donde te preguntas cuál es el siguiente paso. Y después empiezas a ser un referente para los demás, tu comportamiento, tu forma de ser. Es muy importante que la vayas puliendo y que vayas creciendo a través de las experiencias que tienes de vida. Y sobre todo, te miran hacia arriba, como un referente”.

Es Bárbara Riveros, triatleta chilena.