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Maite Pizarro Granada
Todos los años el asma, el resfrío y la bronquitis afectan a más de 20 mil santiaguinos. La culpa, dicen, es del aire contaminado que proviene de los vehículos y las industrias. Sin embargo, un estudio de la U. de Arizona (EE.UU.), que será publicado en el Journal of Environmental Pollution, dice que el polvo también está implicado.
La investigación, dirigida por el ingeniero chileno Pablo García Chévesich, plantea que hay un tipo de material particulado con 10 micrometros (MP10) que causa problemas respiratorios, y que está formado principalmente por el polvo de los suelos gastados o erosionados. “La mayoría de los esfuerzos en Santiago se ha concentrado en los combustibles fósiles, pero más del 50% del MP10 es de los sedimentos de terrenos baldíos y laderas cercanas”, dice García.
El estudio también contó con la participación del ingeniero Marcelo Mena, subsecretario designado de Medio Ambiente, y Sergio Alvarado, miembro de la División de Epidemiología de la U. de Chile, quienes establecieron que la polvareda tiene la capacidad de transportar otros compuestos químicos, como el óxido de azufre, que dificulta la respiración y opaca las córneas, además de monóxido de carbono, que afecta el corazón; esporas de hongos, que generan infecciones fúngicas y residuos de plaguicidas, que pueden producir mareo.
Minimizar el daño
Luego de que llueve, el agua transporta el material contaminante proveniente de las obras de construcción, los campos agrícolas, los cerros y los caminos de tierra erosionados a las calles de Santiago. Días después, cuando el sedimento ya está seco, el viento y la turbulencia del aire de los autos lo esparcen por todos lados. “Aunque actualmente hay aspiradoras que limpian las calles, nada se ha hecho para atacar el problema desde su origen; es decir, para controlar la producción de polvo en las zonas donde se ha eliminado la vegetación”, dice García, quien en su informe plantea una serie de estrategias.
Una de las tácticas que propone son las mallas de limo, unas redes que se ponen en las faldas de los cerros y capturan el polvo. Otra son las zanjas de infiltración, unas canaletas cavadas en la tierra que detienen el material contaminante antes de que baje mezclado con el agua, y pueden combinarse con la plantación de árboles para combatir el desgaste del suelo.
Claudia Sangüesa, ingeniera del Centro Tecnológico de Hidrología Ambiental de la U. de Talca, dice que las mallas de limo “son una buena alternativa porque capturan el polvo como si lo estuvieran esperando en la bajada de un tobogán. Cuando el viento choca con las redes, estas agarran partículas tan finas como el talco”.
La especialista también apoya a García en la implementación de diques en las quebradas y de zanjas de infiltración en laderas o zonas altas, como Las Condes, La Dehesa, La Florida, Peñalolén y La Reina. Agrega que en estos casos es bueno combinar la tecnología con la plantación de árboles para combatir el desgaste del suelo.
Por su parte, el decano de la Facultad de Ingeniería Agrícola de la Universidad de Concepción, José Luis Arumi, está más de acuerdo con la forestación y la creación de huertos urbanos que son más baratos e incluyen a la población. “Más que tomar medidas artificiales como el uso de mallas, preferiría algo natural como la arborización que contrarresta la erosión, captura el polvo con el follaje y crea un vínculo con la gente. Hay que pensar que la ingeniería del siglo XXI se diferencia de la ingeniería del siglo XX porque incluye el componente social”.
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