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En la capital está proliferando la creencia de que manejar es un derecho y estacionarse en cualquier parte también, asegura Louis de Grange. “Tiene que haber una señal clara: conducir un auto no es un derecho. Es un privilegio que conlleva responsabilidades y costos, privados y sociales”, indica.
La apreciación es avalada por la cantidad de vehículos que hay en Santiago: se agregan 15 mil vehículos más cada mes. O lo que es igual, 500 autos más cada día.
La impresionante cifra refleja lo barato que es usar este tipo de transporte particular en Santiago, dice de Grange. Pese a esto, “hay un error conceptual, que es político. Ponerle techo al aumento de tarifas. Hay proyectos a los que se le pone cota máxima de crecimiento de tarifas, por ejemplo, Vespucio Oriente. Se le está poniendo una cota de 1% anual (de reajuste real). ¿Para qué?”, cuestiona el experto.
Si se considerara la alta disposición a pagar por el uso del auto y no se fijaran tarifas máximas, se podrían generar proyectos de infraestructura urbana con cero subsidio anual, asegura de Grange. “Pero hay un temor político, porque la gente reclama porque se le cobra por usar las calles, cuando es absolutamente normal”, estima.
Una manera de regular el parque automotor capitalino es a través del cobro de los estacionamientos, dice Pablo Allard. “Si entras en auto a Manhattan debes hacerte cargo y vale 24 dólares la hora”, ilustra el urbanista.
La gracia de este sistema de tarificación -agrega Allard- es que incentiva el cambio de conductas y los usuarios pueden, por ejemplo, optar por ir al centro en metro, en lugar de en auto. Además estima que no es percibido como un gravamen tan fuerte como lo es el alza de la bencina.
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