Fuente: El Mercurio.com – El periódico líder de noticias en Chile
Lilian Olivares
No todas se conocían. Por eso, cuando comenzaron a escucharse, se dieron cuenta que sus procesos han sido tan similares. Curtidas con sus marcas de vida, cuentan como algo cotidiano situaciones que desde la mirada externa sorprenden, como cuando una organizadora del grupo dice tranquilamente que “mi mamá se murió de pena. Estaba impecable, pero la semana antes se encontraba muy angustiada pensando que los podían trasladar a Colina y entonces la llevé a conocer esa cárcel, por afuera. A los días se murió. A mi papá lo tuvieron tres veces vestido para ir al funeral y nunca llegó la autorización. Incluso preservaron el cuerpo de mi madre cuatro días esperando…”.
Desde sus miradas se ve otro mundo. Como si, contra su voluntad, una cadena las mantuviera presas del pasado.
La idea no era preguntarles por lo que hicieron, o no, sus padres o esposos; no son ellas las que enfrentaron el banquillo de los acusados. Se juntaron para contar, por primera vez, cómo han vivido su rol como mujeres de los reos de Punta Peuco.
Mientras van llegando, comentan sobre un enfermo de alzheimer que falleció no hace mucho y cuya familia le pagaba a otro interno 250 mil pesos mensuales para que le diera la comida, lo vistiera y lo atendiera. También hablan del interno que siempre está en el pasillo -todas lo ubican- esperando la micro para ir a su casa, según les dice.
“El geriátrico de Punta Peuco”, lo llaman con humor negro.
Hija de Manuel Carevic: “Mi padre tendría que vivir dos vidas más”
Consuelo Carevic llega con su hija menor, de 6 meses.
Su padre, Manuel Carevic Cubillos (73), está hace un año y medio en el penal. Es hermano del otrora famoso mártir del Ejército, el teniente Luis Carevic, a quien en abril de 1979 le estalló una bomba en medio de la avenida Santa María. El artefacto lo pusieron extremistas en el antejardín de un cuartel de la CNI y el teniente cruzó la avenida para arrojarlo al río Mapocho, pero explosionó en sus manos. Es de las pocas víctimas militares así reconocidas en el Informe Rettig.
Cinco años antes, en 1974, ocurrió lo que a su padre, Manuel, lo llevó al penal de Punta Peuco. En marzo de 2015, la Corte Suprema lo condenó a 10 años y un día por el secuestro calificado del conscripto de la FACh y ex agente DINA Rodolfo González Pérez. Y, además, lo sentenciaron a seis años por un caso de la llamada Operación Colombo (destinada a encubrir la muerte de 119 desaparecidos). “Mi padre tendría que vivir unas dos vidas más para poder cumplir todas las penas que se le vienen, porque sumarían unos 200 años de prisión. Todas, por secuestro permanente. Mi papá tuvo la mala suerte de que lo destinaran a la DINA, donde estuvo un año y medio. Y por figurar en el listado le han tirado todo lo que han pillado”.
Consuelo es hija única y cuenta que se ha tenido que hacer cargo de su madre, además de estar preocupada de su papá, que sufre de síndrome vertiginoso “y otras cosas manejables, pero no se controla porque no le gusta ir al Hospital Militar ya que los llevan en forma inhumana”.
Las demás describen que los trasladan en un carro celular, con las manos esposadas, en una cabina que tiene asientos de fierro en los costados y en cada frenada los internos se resbalan.
Y una de ellas acota que hace unos días vio llegar el bus: “Un gendarme se puso de espaldas a la salida y empezaron a bajar los internos, apoyándose en él. Uno llevaba muletas, otro una máquina de diálisis. Daban ganas de llorar”.
Esposa y nuera del brigadier (r) Espinoza. “Preparamos una boda triple en la Vicaría”
Carmen Gloria Silva se casó por la Iglesia con el brigadier (r) Pedro Espinoza estando él en prisión, en 1998. Todo sucedió porque él pidió permiso para ir al matrimonio de su hijo mayor. Pero su segundo hijo también estaba a punto de casarse con una puertomontina y entonces el detenido brigadier le dijo a su mujer: “Mire, amor, ¿qué le parece si aprovechamos esta oportunidad y hacemos un matrimonio triple? Y Así lo hicimos”.
“El matrimonio iba a realizarse en la Vicaría, pero llegaron Sola Sierra, Gladys Marín y varios representantes de organizaciones de derechos humanos a funar”, cuenta Roxana, la nuera del detenido y esposa de su hijo mayor, también llamado Pedro Espinoza. Entonces la ceremonia debió realizarse donde iba a ser la fiesta, en un salón del Club Militar del Ejército en Lo Curro.
Carmen Gloria conoce Punta Peuco desde 1995, porque su marido inauguró el penal.
-Esto empezó en 1979 cuando Pedro estaba en Punta Arenas; era el comandante del regimiento Pudeto y surgió el caso Letelier. Lo llamaron a declarar a Santiago y nunca más volvió. Yo me quedé sola con mis dos niños de 7 y 10, esperando que terminaran el año en el colegio. Viajábamos a verlo cuando los chicos tenían días libres. Nos instalábamos en el Hospital Militar, donde estaba al principio. Yo dormía en su cama clínica con él y los niños, uno en el sillón y el otro sobre los cojines del sillón puestos en el suelo. Cuando me vine a Santiago, puse a los niños en el colegio United States Academy, que quedaba en el sector del barrio militar de Bilbao. Un día el señor Grass, uno de los dueños del colegio, me dijo que habían ido vecinos míos pidiéndole que les cancelara la matrícula a mis niños porque eran un peligro para la comunidad: alguien podría intentar atentar contra ellos. Para mí fue algo tan espantoso, que yo no lo podía creer”.
Su nuera, Roxana Astete, relata que su hijo mayor, de 17, ha tenido tropiezos en su etapa escolar. “En noviembre del año pasado estaban conversando entre los niños qué querían ser, y mi hijo, que también se llama Pedro Espinoza, fue a contestar y la profesora le dijo: “¡Cállate porque tú eres nieto de asesino!”. Yo creo que uno tiene que perdonar para poder sanar, pero no olvidar, para que haya un registro de lo vivido”.
Su suegra, Carmen Gloria, dice: “Mi marido lo único que quiere es que le saquen el estigma de ser segundo de la DINA, porque jamás lo fue”.
Y comenta:
-Fíjese que para mí no ha envejecido. Yo lo sigo viendo con los ojos del corazón. Tiene 83 años y va para los 84, pero se mantiene bien. Tiene cáncer prostático, hipertensión, glaucoma…
Está condenado por la Caravana de la Muerte, por los homicidios del ex canciller Orlando Letelier y del ex comandante en Jefe del Ejército Carlos Prats, entre otros casos.
La esposa el ex capitán de Navío Jorge Osses debió vender su casa
La tarea que le encomendaron a su entonces pololo el 5 de octubre de 1974, cuando el capitán de Navío (r) Jorge Aníbal Osses Novoa tenía 24 años y era teniente primero, no formó parte del diálogo entre enamorados que sostenía Susana Navarro en ese tiempo. Muchos años después se enteró: “Jorge debió trasladar al funcionario de Naciones Unidas Fernando Olivares Mori desde la Celade a una oficina del Ministerio de Defensa. Nunca más supo hasta hace doce años, cuando lo llamaron a declarar”. Lo condenaron por secuestro permanente y le dieron como condena cinco años y un día, más el pago de $ 100 millones a la viuda de la víctima, misma que recibió junto a los hermanos de Olivares Mori $700 millones como multa del fisco.
Susana, que debió vender su casa, recuerda:
-El día en que supe la condena sentí un dolor agudo en el pecho. “No llore, mija”, me dijo mi marido. Y de repente sentí una cosa que se me puso aquí, un dolor muy agudo en el pecho. Tomé agua y no la pude tragar. Me fui a recostar. Luego mi hijo me llevó al Hospital de la FACh donde quedé hospitalizada por infarto.
Hoy cuenta que su vida gira en torno a su marido preso, desde que despierta y ve el lado de su cama vacío. “Inmediatamente pienso qué remedios tengo que llevarle, qué le voy a comprar en el supermercado. Esa es mi vida”.
La hija de Haroldo Latorre cree en la misericordia
Patricia Latorre supo que su padre había sido condenado justo al terminar las vacaciones del verano del 2015. El coronel de Ejército (r) Haroldo Latorre (68) fue sentenciado a 10 años y un día de prisión por un caso similar al del esposo de Susana. Ella no entiende qué criterios emplea la justicia para dictar sentencia, dice, comparando su caso con otro similar que recibió la mitad de la pena. “Mi papá era subteniente, tenía 27 años y el 73 y le dieron la orden de retirar al estudiante José Flores para que le tomaran declaraciones. Él estaba destinado a la Escuela de Suboficiales, donde debía trasladarlo. Hay testimonio de que lo recibió su jefe, el comandante Hernán Ramírez Hald. Lo otro relevante es que en el expediente, en vez de poner su hoja de vida, pusieron la de un pariente suyo que también era militar. El abogado apeló y lo rechazaron”.
Cuenta que un abogado le dijo que “estas condenas tan grandes son una forma de presionarlos para que entreguen información”.
Su papá siempre les dijo a sus hijas: “Niñitas, no se preocupen porque yo a lo más voy a tener una pena remitida”.
Patricia tiene una esperanza. Recuerda que el Papa declaró que este es el año de la misericordia y dice que tiene fe en que “esto pronto va a terminar. No podemos seguir viviendo con odios, sin paz”.
Se produce un silencio. Les preguntamos:
-Dicen que a los presos de Punta Peuco no les dan beneficios carcelarios porque no reconocen su responsabilidad…
La esposa del ex capitán de Navío recuerda que su hijo Bruno, que también fue militar, le explicó que “el mando general está arriba, donde se toman las decisiones. Después viene el resto que tiene que cumplir. Y luego están todos los demás. Todos los responsables están muertos, y los demás, los que seguían, están presos. ¿De qué se pueden arrepentir?”, dice dejando de lado los casos extremos de abuso y tortura.
Las otras mujeres asienten.
presos ancianos
37 de los 121 presos de Punta Peuco tienen entre 75 y 89 años. Es decir, el 30,5%.Y de la población penal total del país (estimada en 45.523), un 1,8% está en esa categoría (son 255). El caso más fresco: el del piloto del helicóptero Puma de la Caravana
Hace dos meses cayó preso en Punta Peuco el padre de Solange, Emilio Robert de La Mahotiere González (78). “Mi padre era el piloto, sí”, del helicóptero Puma de la Caravana de la Muerte.
Desde hace 15 años lo llaman a declarar por casi todos los casos de fusilamientos y desaparecimientos del caso Caravana, indica.
-Mi papá está en muchos procesos, porque en cada lugar que aterrizó el Puma es un caso aparte. Por el momento tiene una sola condena, de 3 años y un día, como cómplice y encubridor, porque suponen que iba en el Puma, con las orejas tapadas y con el ruido de las turbinas, escuchando todo lo que decía la comitiva. Es la primera sentencia, pero está esperando todas las otras.
Se pone a llorar y las demás mujeres cuentan que ya pasaron por eso, “es que lo suyo es recién”.
Cuenta que cuando estaba en el colegio, en la Alianza Francesa, “tenía a todos los cuartos medios saltando alrededor mío, que mi padre era un asesino…”, vuelve a llorar. “En el almuerzo me tiraban comida. Nunca fue fácil ser hija de militar. Además que mi padre tampoco estaba en la casa ni para los cumpleaños; siempre volando…”.
Su padre tiene algunas patologías de base que han estado controladas: “Hipertensión, problemas de diabetes, a la vista, el estómago. Y debe chequearse por si le vuelve el cáncer a la tiroides y por el cáncer de próstata. Bueno, él se ve bien, pero la que más se ha deteriorado ha sido mi mamá. Se vino abajo. No retiene nada, habla poquito y el otro día se controló en un operativo oftalmológico en Punta Peuco. Le recomendaron gotas artificiales. Pero en la casa se equivocó de frasco y se echó un líquido para los pies; casi queda ciega”.
La pausa permite introducir una pregunta general:
-¿Cómo ven ustedes el hecho de que se hable de doble responsabilidad de sus parientes, por tratarse de crímenes cometidos por funcionarios uniformados del Estado?
Responde la esposa del ex brigadier Espinoza:
-Ellos cumplieron órdenes, pues mi amor.
Sigue la hija de Haroldo Latorre:
-Lo que más me llegó de las conversaciones que le escuchaba a mi papá fue la honorabilidad que sentía por su profesión, por eso de dar la vida si fuese necesario. A él le tocó recibir la extremaunción para irse a la frontera con Argentina. Yo tenía 6 años.
Susana:
-A mi marido también. Y mi hijo Bruno le gritaba: “¡Papá, no te vayas!”.
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