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Catalina Larraguibel L.Desde niño, Paolo Bortolameolli (32) supo que lo suyo era la dirección. En 2010, como director de la Orquesta de Colina, dependiente de la FOJI, deslumbró en sus presentaciones y así fue como con ayuda de mecenas y becas de la Corporación Amigos del Teatro Municipal y la Fundación Ibáñez-Atkinson, en 2011 viajó a Estados Unidos para profundizar sus estudios, los que finaliza el próximo año, aunque pretende quedarse allí por un tiempo: “He logrado hacer una vida de familia con mi pareja -de hecho nos conocimos en Yale y es una extraordinaria cellista-, tengo amigos y vínculos profesionales… Además, vivir en el hemisferio norte me permite estar en contacto y cercanía con una actividad cultural tremendamente rica, variada y de excelencia como son la norteamericana y europea”, explica.
-¿Cuáles son las principales dificultades para un director joven hoy en día?
“Por una parte y como en todo, la tremenda competencia. Distintos maestros de mayor edad con los cuales he trabajado me dicen: ‘Me tocó estar en el momento y el lugar indicado, pero, al mismo tiempo, no existían tantos candidatos’. Por ejemplo, para la master class de Bernard Haitink, en Lucerna, postulan alrededor de 500 directores menores de 35 años. Veinte llegan a la etapa de preselección y solo siete serán participantes activos. He tenido el privilegio de haber participado activamente por dos años consecutivos. Pero aún así los números te abruman, ya que cada vez hay más directores, pero no más orquestas. De ahí surge el desafío de mantener vigente a nuestras audiencias e ir en busca de nuevo público”.
-¿Tienes agente? ¿Es algo estrictamente necesario hoy en día para un músico, como también una casa discográfica?
“Aún no tengo agente, pero es un tema en carpeta. Puede que no sea estrictamente necesario para algunos y sí tremendamente útil para otros. Todo va en la personalidad. En mi caso, me resulta difícil, además de poco natural, el proceso de autogestión”.
-¿Y grabaciones?
“Como director invitado, las posibilidades de grabar no son muchas por ahora y por supuesto que me encantaría. Me parece interesante dejar un registro de la visión interpretativa de un repertorio, pero sobre todo porque es una oportunidad de ‘envasar’ y preservar música que tiene menos posibilidades de existir en la programación de un teatro, como muchas obras contemporáneas, creaciones de compositores olvidados o que se tienen menos en cuenta, e incluso partituras menos conocidas de autores famosos”.
-¿Cómo manejas el márketing en un mundo que hoy en día se rige por él? Y, siendo latino, ¿sientes que has tenido dificultades para ingresar al circuito de las grandes orquestas?
“Creo que en términos de los conceptos de márketing internacional, lo exótico es parte de lo que se anda buscando. Además, es innegable el impacto latino a nivel mundial que causó el factor (Gustavo) Dudamel. En lo personal, intento no dejarme influenciar por ‘cómo ser un mejor producto’, aunque reconozco que es una realidad. Sin embargo, sigo pensando que a la larga primará siempre la seriedad, el compromiso y la honestidad artística. No hay mejor producto que ese”.
Confiesa que idear y desarrollar proyectos representa una parte importante de su vida. Actualmente tiene en sus manos un proyecto con el que sueña hace años:
“Se trata de una serie de microprogramas educativos que tienen como finalidad acercar al público al mundo de la música utilizando plataformas actuales como las redes sociales. La idea en sí no tiene nada de nuevo. Es el clásico ejercicio de luchar contra los paradigmas de la tradición, derribar paredes que tantas veces alejan el arte de las personas, aclarar un discurso tantas veces enrevesado y hacerlo más accesible. Resulta todo un reto la música clásica captar la atención de los hijos de YouTube, Facebook, Twitter, de las TED Talks, de la inmediatez, del exceso de información, del poco tiempo que le regalamos o invertimos en cada nuevo estímulo. Debemos entregar un mensaje conciso, directo, pero sustancial, y no solo de un virtuosismo informático superfluo. La motivación es siempre la misma: qué hacer para compartir con más personas la dicha de sentir la música”.
“Además de los números, el desafío artístico, la tecnología y globalización son un arma de doble filo para el arte, como para muchas disciplinas. Es cierto que tenemos acceso a material infinito que nos permite disfrutar de registros históricos antes insospechados. Sin embargo, este exceso de información nos ha hecho perder la noción de lo esencial en la música como arte de representación escénica. Alimentada por una falsa idea de perfección -hay síndrome Photoshop en las grabaciones discográficas también-, pareciera que hoy solo importa el espectáculo virtuoso de la interpretación más rápida o el repertorio más exigente. ¡Incluso de la soprano más guapa! Encontrar algo que decir, pero tampoco siendo esclavo de una forzada originalidad, demanda un compromiso profundo en la búsqueda y el estudio. El arte es algo tremendamente serio. Hay devoción, sin duda, en nuestra relación con él, por lo que es incompatible con una visión superflua y utilitaria”.
“Intento mantener una dieta sana y balanceada, y hace cuatro años comencé una rutina diaria de ejercicios, básicamente flexiones y abdominales. Es cierto que se necesita desarrollar musculatura para dirigir. Sobre todo en espalda, brazos y abdomen. No te das cuenta, pero mover los brazos sin ningún tipo de resistencia como la que ofrece un instrumento es muy demandante, y si no estás físicamente preparado, puede resultar extenuante e incluso terminar en lesiones musculares o tendinitis”.
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