vía El Mercurio.com – El periódico líder de noticias en Chile.
Viernes, 17:45. Me toca manejar desde Portugal con la Alameda hasta la salida Buenaventura de la Ruta 5 Norte, la siguiente después de Américo Vespucio, un trayecto de 16 kilómetros. El GPS me “informa” que el viaje tomará algo así como 25 minutos. Pero el aparato se equivoca groseramente: a una velocidad promedio de 9,1 kilómetros por hora, el viaje toma una hora y 45 minutos.
¿Cómo puede equivocarse tanto el equipo electrónico? Fácil, su algoritmo no incluye el “ingenio” de quienes diseñaron las calles y carreteras de la capital: vías disfuncionales, carreteras conectadas vía embudos, ausencia de calzadas, salidas y accesos mal pensados, y la lista podría seguir.
Quizás fue la desesperanza del milimétrico avance lo que me hizo fantasear estacionado en medio de la Ruta 5: ¿Y si el programa de gobierno hubiese dicho carreteras gratuitas y de calidad? ¿No tendría eso un mayor retorno social que alguno de los otros eslóganes? Estaba en eso cuando, a un kilómetro de la salida a Américo Vespucio, cual espejismo, veo acercarse por el medio de la carretera a un vendedor ambulante. Tentado a frotarme los ojos, esperé a que estuviese cerca para preguntarle qué vendía. El hombre venía preparado: golosinas, botellas de agua, bebidas, etc. ¡Notable! Solo había tenido un encuentro similar, en lo que se supone una carretera de alta velocidad, en un infernal taco en Sao Paulo.
En materia de congestión la cosa no solo anda muy mal, sino que empeora día a día. Hace poco un estudio en Brasil calculó que dicho país pierde aproximadamente un 7% de su PIB por el tiempo perdido en tacos en sus grandes ciudades. Nuestra tragedia aún no alcanza la de Sao Paulo, catalogada como una de las ciudad con el peor tráfico del mundo, pero Santiago “avanza” rápidamente en esa dirección. Expertos han sindicado a la mala evaluación social de los proyectos viales como fuente de los problemas. No puedo estar más de acuerdo, pero creo que el problema es más de fondo. El profesional empeño por el deficiente diseño de calles y carreteras es un reflejo de la forma en que se han hecho históricamente las cosas en Chile. Es un ejemplo de que nuestro subdesarrollo se explica, al menos en parte, por el conformismo de hacer las cosas a medias.
Nuestro PIB creció, pero no así nuestra capacidad para planear, diseñar, evaluar, implementar y volver a evaluar para mejorar. Por eso seguimos sin aprender que lo barato cuesta caro. Eso, en último término, explica que miles de personas tengan que lidiar con el diseño anacrónico de las calles por donde transitan, y que el vendedor ambulante de la Ruta 5 pueda lucrar con la desazón de los conductores y pasajeros. No faltará algún iluminado diputado que proponga meterlo a la cárcel por tamaño abuso. ¿Entiende lo que le digo?
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