Y Federico y Mary se besaron. Era un relevo de trono, una proclamación, no una boda, pero los nuevos reyes de Dinamarca se sintieron obligados a besarse en el balcón del palacio de Christiansborg, sede del Parlamento, ante la enorme multitud que les aclamaba. Quizá contagiados por la euforia que, pese a la gelidez del día, se respiraba en el ambiente. Quizá para acabar con las habladurías sobre el extraño encuentro madrileño del pasado otoño entre el entonces príncipe heredero y la socialite mexicana Genoveva Casanova.