Leía
a principios de diciembre un interesante artículo sobre
la protección de los niños y la necesidad de prevenirlos
de desconocidos potencialmente peligrosos. Aunque en desacuerdo con
muchos de los aspectos planteados --qué raro--, coincidí
plenamente con que lo que entendemos los adultos por persona "desconocida",
está lejos de lo que los niños entienden por lo mismo.
Si
un desconocido se acerca a un niño, sin que lo hayamos prevenido
a ello, y le dice que es su tío, o que es amigo de su papá,
o que hizo un arreglo en su casa hace algunos años, cualquier
cosa que lo vincule a cualquiera otra en la vida de ese niño,
lo transformará en el acto en alguien "conocido". Esta
mecánica la conocen los estafadores profesionales y la aplican
con harta eficacia hasta con los adultos.
La
cuestión es que este niño ya no se encontrará frente
a un desconocido --el que le dijo, antes de que alcanzara a pensar que
estaba frente a un potencial peligro, "¡oye, tú eres
fulano de tal, hijo de sutano, ¡Dios cómo has crecido!--,
contra el que estaba prevenido, sino que frente a un conocido con la
categoría de pariente.
Este
artículo me llevó a recordar una vez en Calama, el año
68 en que yo andaba recorriendo nuestro Norte a pie, cuando le pregunté
en la calle la hora a un hombre en sus cuarenta y bastante más
fornido que yo. El hombre me miró empavorecido y salió
corriendo como alma que lo persigue el diablo. Sin duda le tenía
gran temor a los desconocidos. Por supuesto que no me dio ni la hora.
Me acerqué después a una señora que tenía
un kiosko entre de diarios, revistas usadas y panadería, que
había observado todo, la que me dijo la hora, y que me indicó
que los nortinos le tenían pavor a los sureños, porque
los sureños eramos todos "malos".
Una
semana antes, en Vallenar, mientras tomaba desayuno en la cafetería
de la Estación de Ferrocarril todavía en funcionamiento
en esa época, entraron dos Carabineros que me invitaron a ir
a la Comisaría donde con mucha cortesía me propusieron
que abandonara inmediatamente la ciudad, para lo que se consiguieron
un voluntario que en su propio auto me diera un aventón hasta
el límite comunal. Ellos tampoco gustaban de los desconocidos.
Sin
embargo, si nos limitamos a relacionarnos sólo con personas conocidas,
nuestras posibilidades de desarrollo se limitan enormemente, por lo
que encuentro a Internet verdaderamente importante con sus diferentes
sitios web para el encuentro de parejas y recordé que alguna
vez pensé que este tipo de sitios deberían ser financiados
por el Estado. ¿Cómo puede hacer cualquiera, por ejemplo,
de Chicureo, para descubrir que su media naranja perfecta vive en San
José de Maipo o cualquier otro lugar del mundo y qué hacer
para conocerla? Al fin y al cabo son dos personas totalmente desconocidas
con muy pocas oportunidades de llegar a encontrarse.
Y,
mientras pensaba en esto, me enfrenté con algo completamente
imprevisto, el segundo motivo de este comentario:
En
nuestro Concurso de Fotografía, organizado en conjunto con la
revista "Valles del Sol", sobre el que teníamos enormes
espectativas de participación y en el que ya habíamos
recibido obras verdaderamente extraordinarias, debimos declarar la categoría
"Estudiantes", para jóvenes en la Enseñanza
Media o inferior, como "vacía", ya que no se presentaron
concursantes. Las bases de nuestro concurso en Internet fueron vistas
por miles de personas aparte de la publicidad a través de la
Revista Valles del Sol, también vista por miles de personas,
y otras promociones que llegaron también a miles de personas.
Con
premios de 200 mil, 150 mil y 100 mil pesos, aparte de otros en material
fotográfico ¡no se presentó al concurso ningún
estudiante! Y con esto quiero decir, además, que ningún
hijo con talento fotográfico fue estimulado por sus padres a
ganar un posible premio que, como definió uno de los finalistas
mayores, no le viene mal a nadie, lo que en otras palabras significa,
le viene regio a cualquiera.
El
ex ministro Massad se metió en un enredo más o menos grave,
al indicar que un sueldo de tres millones de pesos era una miseria,
lanzando una pelota que Gladys Marín bateó en un "jonron"
agregando que sueldos míseros son los que ganan una mayoría
en la Nación, correspondiente a un poco más de la mitad
de nuestro 1º Premio para la categoría.
¿Cuántos
son, entonces, los padres que no motivaron a sus hijos a ganarse un
premio?
Todos,
y me encuentro entre uno de ellos, sin duda, pero me salva el hecho
que como organizador me resulta muy incómodo el que mis hijos
participen, por lo que desde un principio me he marginado en las bases
de juzgar, y sólo soy un Moderador del Jurado, de manera de no
inhibir la participación de ellos, los que tampoco se presentaron.
Por
otro lado vemos los esfuerzos enormes que se aplican para evitar el
trabajo remunerado de los niños, lo que no debe confundirse con
su explotación. Les hemos prohibido el trabajo y con ello la
oportunidad de aprender a ganar y administrar el dinero así como
aprenden cualquier otra asignatura en sus colegios.
En
estos últimos años me ha tocado participar, algunas veces,
en la organización de viajes de estudio y en todas ellos habían
alumnos que tenían dificultades para viajar por la mala situación
económica de sus padres, lo que finalmente se traducía
en que los otros padres debíamos financiar en conjunto el viaje
de esos alumnos, mientras los demás alumnos hacían una
que otra actividad que recolectaba algo, por no decir nada, de dinero.
Como
un ejemplo de lo contrario, a fines de año en el Colegio Rayén
Mahuida, fue organizado por un grupo de jóvenes entre los que
se contaba mi hija, un Bingo pro viaje de estudios, viaje que finalmente
no fue realizado por otros motivos, que recaudó en una sola jornada
lo suficiente para costear el viaje de un y medio alumno. Pero aclaremos
que resulta difícil organizar 10 o más Bingos en un año
y que un Bingo tampoco es una actividad remunerada.
Cada
alumno, para costear su viaje, necesitaba recaudar algo menos de medio
millón de pesos en seis meses. Digamos en un año si el
viaje fuera organizado con suficiente anterioridad. Una cifra astronómica,
sin duda, la que equivale a $18.000 semanales en el primer caso, o $9.000
en el segundo.
El
2001 propuse en un colegio de Santiago que el curso organizara, entre
otras actividades, un sistema de lavado de autos a domicilio las mañanas
de fin de semana, con aspirado y encerado, para los apoderados del colegio,
los que sumaban varios centenares de vehículos, y miles si se
incluían sus familiares y amistades.
Las
cuentas no eran alegres, eran claras: en cuadrillas de a tres, considerando
media hora por vehículo y otros 15 minutos más para desplazamientos,
podían lavar al menos 10 autos por cuadrilla en una mañana
y podían formar 10 cuadrillas considerando sólo tres cuartos
del alumnado de los dos cursos participantes, de manera de que siempre
10 alumnos tuvieran un fin de semana completamente libre. Esto resultaba
en 200 autos por semana.
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Estudiantes
en 1958 lavando un auto para juntar fondos. |
La
pregunta clave era ¿cuánto estaba uno dispuesto a pagar
por que le fueran a lavar a su casa su auto, con encerado, siliconado,
aspirado y rellenado de líquido lavaparabrisas más otra
serie de regalías --como caramelos en la consola-- y todo esto
efectuado por jóvenes conocidos, con una gran mayoría
de ellas bellísimas y ellos estupendos?
Una
mini encuesta indicó un mínimo de $3.500 pesos y un máximo
de $5.000, dependiendo del tamaño del auto. En promedio $4.250
(incluyendo propina) por auto. ¿Total? ¡$850.000 por fin
de semana!
El
viaje de estudios por un tour organizado con Turismo Falabella a Salvador
de Bahía en Brasil quedaba integramente pagado en 19 semanas.
Cuatro meses y medio, sin embargo mi proposición era efectuarlo
durante seis o siete meses de manera que los alumnos recaudaran para
sí unos $50.000 al mes, de manera de que tuvieran una motivación
adicional: no sólo estaban financiando su viaje de estudios sino
que además les alcanzaba para varios Combos del Mac Donald's
y otros placeres provenientes de sus propios logros.
Era
una idea, como se podrían haber presentado muchas otras y mejores
aún, que por supuesto fue rechazada. ¿Los niños
de 15, 16 o 17 años trabajando y ganando plata? ¡Jamás!
Con
ese criterio yo nunca habría podido mejorar la calidad de mi
bicicleta cuando tuve esa edad y tampoco se me habría ocurrido
pedírselo a mi padre. ¡Claro que uno no es ningún
ejemplo! Sin embargo, igualmente, en nuestro Concurso de Fotografía,
tres jóvenes se perdieron la oportunidad de ganar un monto importante
de dinero, para ellos, sus familias o, por qué no, para sus cursos.
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Melvin
Villarroel en Marbella, España, con parte de su familia,
todos miembros de su exitosa empresa de arquitectura. |
En
mi caso y estando por cumplir mis 17 años, en una casualidad
extraordianaria, mientras miraba una de las vitrinas a la calle de la
tienda La Maison que quedaba enfrente del Teatro Municipal, un señor
que estaba a mi lado, al escucharme comentar a un amigo que me parecía
una vergüenza lo que se cobraba por unos collares que yo podía
hacer por la quinta parte del precio, me preguntó si verdaderamente
podía hacerlos. Le confesé que en realidad nunca había
hecho nada por el estilo pero que de intentarlo creía sinceramente
que se podía lograr la misma calidad por un precio muy inferior.
El señor, que resultó ser el arquitecto boliviano Melvin
Villaroel y socio con Alvaro Flaño de la tienda,
me conminó a que le llevara unas muestras.
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La
Maison en 1968 |
Una
semana después llegamos a un acuerdo y empecé a venderles
collares y otras artesanías en forma casi industrial, ganando
montones de dinero que, por falta de consejo, dilapidaba bestial e inmediatamente
con mis amistades. Me convertí en el mejor cliente de lugares
como la Fuente Alemana, el Kika, el München o el Café Paula.
Mi ingreso a la Universidad en Valparaíso y el Gobierno de la
Unidad Popular se combinaron para poner fin a este excelente trabajo
y notable amistad. Pero gracias al arquitecto Villaroel, un desconocido,
yo había aprendido en carne propia que podía valérmelas
por mí mismo y a un alto nivel.
Hoy
vemos a una gran cantidad de profesionales sin trabajo, esperando por
un empleo acorde a sus estudios en vez de optar por el desarrollo de
iniciativas propias que, como independientes o empresarios, les permitan
buscar mayor libertad y mayor rentabilidad a sus esfuerzos. Y es en
gran parte lo que estamos produciendo con nuestro hijos, impidiendo
el desarrollo de sus talentos empresariales tan bien representados en
la imagen de los niños en una vereda, con una mesita, vendiendo
limonada, porque no pueden hablar con desconocidos.