Debido
a diferentes circunstancias que no vienen al caso, me ha tocado escuchar
en numerosas oportunidades estas últimas semanas la expresión
de que "la ropa sucia se lava en casa", referente, por supuesto,
a que ciertas cuestiones privadas deben resolverse privadamente, o mantenerse
ocultas.
Hasta hace
muy poco tiempo estábamos completamente de acuerdo. Incluso en
este sitio web teníamos una muy entretenida área cerrada
--que hasta el día de hoy echo en menos--, que era el "Café
de los Comendadores", donde se podía discutir sobre las
cosas que nos afectaban y que no queríamos que los demás
supieran.
Pero a
raíz de una serie de sucesos irremediablemente públicos
no he podido dejar de recordar un momento vivido hace un montón
de años en que yo venía a Santiago en bus desde Antofagasta--después
de mochilear por el Norte--, y en una detención en Coquimbo nos
encontramos almorzando y sentados lado a lado con otro compañero
de viaje, algo mayor que yo, un tipo rubio, de piel cetrina, y expresión
de tremendo cansancio, que atribuí en principio a que no habría
dormido durante el largo trayecto.
No recuerdo
a raíz de qué, pero por alguna razón le relaté
que me había impresionado mucho que en mi viaje de ida, de madrugada,
en un bar de Chañaral, había visto unas muchachas muy
jóvenes y bonitas --vestidas con trajes de noche negros, cortos
y escotados como enmarcando sus pieles morenas, muy morenas, y por supuesto
con zapatos de tacos altos--, poner en el Wurlitzer del local un disco
de los Angeles Negros, en medio de genuinas expresiones de emoción
y admiración por este grupo que a mí me parecía
enfermo de rasca. Incluso a una de ellas se le llenaron los ojos de
lágrimas. Le expliqué que los Angeles Negros eran mucho
más importantes de lo que jamás me habrían parecido...
Creo que
por esto le caí simpático y al reiniciar el viaje a Santiago
nos sentamos juntos en el bus, donde en algún momento me contó
que volvía a su casa luego de salir de la cárcel donde
estuvo algunos años por haber asesinado a alguien. Era la razón
de su expresión de cansancio, esos años preso.
Me sorprendió,
no porque hubiera asesinado a alguien, sino porque me lo había
dicho. Yo, con mi formación burguesa muy poco aristotélica,
quedé dado vuelta... ¡porque esas cosas no se dicen!
Durante
las largas horas que duró la etapa Coquimbo/Santiago, no mencionamos
su estadía en la cárcel, pero sí, en numerosas
oportunidades, el cómo sería recibido en su casa, por
su familia, dos cosas que había extrañado hasta el llanto
en los últimos años.
Igualmente
¡esas cosas no se dicen! porque la ropa sucia se lava en casa.
Actualmente
podemos ver todos los días en la televisión a madres desesperadas
porque sus hijos han sido violados, desesperadas más que por
el hecho mismo de la violación, por el hecho del estigma. El
estigma en nuestra cultura, que comienza con Caín, al que Dios
le pone la señal en la frente luego de asesinar a Abel, nos conmueve
y nos obliga a conservar las normas impuestas por el qué dirán,
rechazando a los estigmatizados.
¿No
estamos grandes? ¿No somos adultos? Durante siglos instituciones
como la Iglesia consideraron que "la ropa sucia se lavaba en casa",
lo que permitió que ciertas actividades inadecuadas continuaran
porque, al fin y al cabo, si eran descubiertas, todo iba a quedar "en
familia". Un ejemplo: la pedofilia que tanto ha llamado la atención
de la prensa de hoy.
Los noticieros
se han llenado de noticias sobre las agresiones sexuales de todo tipo
y en todo lugar. Corresponde que lo hagan, es su deber, pero también
corresponde que todos nosotros comprendamos que la casa, o la familia,
no pueden continuar siendo un feudo de protección de errores,
enmendables o no, que pueden afectar al resto de la sociedad. Y la sociedad
entendida no como ese ente genérico y gris de personas anónimas
sin importancia, sino como ese conglomerado de familias de infinitas
diversas índoles, incluso con hijas capaces de emocionarse hasta
las lágrimas por un grupo rock considerado como ordinario por
un muchacho que alguna vez se creyó un "chico bien".
El lavar
la ropa sucia en casa, corresponde a una muy comprensible necesidad
de conservar las apariencias. Aparencias que se mantienen porque las
personas se niegan a aceptar que son iguales a otras personas, y que
las familias son iguales a otras familias. El 100% de las familias del
mundo comparte los mismos problemas del 100% de las otras familias del
mundo. No hay nadie que no tenga un pariente homosexual, nadie que no
tenga un hermano bruto, a no ser de ser hijo único, cuando quizá
el bruto es el único hermano... no hay nadie que no tenga los
mismos problemás de todos, pero de todos, los demás.
Y con esto
no quiero decir que los homosexuales son equivalentes a los brutos,
sino que los brutos se aprobleman por parientes homosexuales.
Sin embargo
todos, absolutamente todos, nos sentimos bastante estigmatizados porque
lo que sucede al interior de nuestras familias creemos que sólo
sucede en nuestras familias, gracias a que nadie comparte el que sí
tienen ropa sucia que lavar privadamente.
Cuando
nos despedimos, hace años, con mi compañero de ese viaje
a Santiago, estábamos en General Mackenna con Teatinos, muy cerca
del antiguo terminal de buses de Andes-Mar Bus. El se acercó
a un quiosco de diarios a observar muy detenidamente algo que pensé
que sería un titular. Pero no. Observaba con pasión, con
desesperación, los pocos envases de caramelos que desaparecían
entre diarios, albumes, revistas y cigarrillos.
De lejos
era una, otra persona normal. Pero había lavado la ropa sucia
en público: era un asesino.