Cuando
el Evangelio de San Juan relata que Jesús decide
lavarle los pies a sus discípulos, nos ofrece
un testimonio de la vocación al servicio del
mundo y de la Iglesia que tenemos nosotros los fieles.
Entre
los detalles que hacen diferente a la Misa de la Celebración
de la Cena del Señor a otras misas durante
el año es que en esta se incluye una parte
donde se lavan los pies a los apóstoles representado
por doce niños o ancianos de la comunidad.
En
esta parte de la misa resalta la importancia tan grande
que tiene el servicio al prójimo.
Pero
antes de comenzar la Cena Cristo "... sabiendo
que el Padre le había puesto todo en sus manos
y que había salido de Dios y a Dios volvía,
se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y , tomando
una toalla , se la ciñó. Luego echó agua
en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos
y a secárselos con la toalla con que estaba
ceñido." (Jn 13 3-5)
Al
igual que los apóstoles, en especial San Pedro,
nos quedamos asombrados, como Cristo que tiene todo
el poder y que es Dios se pone al servicio del hombre.
Un Dios que lava los pies a su criatura. La realidad
es que Dios mismo quiere recordarnos que la grandeza
de todo cuanto existe no reside en el poder y en el
sojuzgar a otro, sino en la capacidad de servir y
al darse dicho servicio se da gloria a Dios. Cristo
mismo ya se lo había dicho a los discípulos: "...
el que quiera llegar a ser grande entre vosotros,
será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros, será esclavo de
todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a
ser servido si no a servir y a dar su vida como rescate
por muchos." (Mc 10, 43-45).
Con
esto queda muy clara la misión de la Iglesia
en el mundo: servir. "Porque os he dado ejemplo,
para que también vosotros hagáis como
yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15) La Iglesia
siguiendo el ejemplo de Cristo está al servicio
de la humanidad. Por tanto todos aquellos que formamos
la Iglesia estamos llamados a servir a los que nos
rodean.
El
amor que Dios nos manifiesta debe convertirse en servicio
que dé testimonio de su presencia entre nosotros.
El cristiano siguiendo él "amaos los unos
a los otros como yo os he amado" (Jn 15 12) debe
ser como esa levadura que transforma al mundo para
que este se renueve y se transforme.
El
egoísmo del hombre se vence con la entrega
generosa a los demás. En el servicio resida
la verdadera realización personal y la felicidad.
Solo el que se dio triunfó.
Si
vivimos con profundidad la ceremonia nos daremos cuenta
de que Cristo se pone al servicio del Padre para salvar
al hombre ofreciendo su propia vida como rescate,
bien podríamos decir que esta es su misión.
Con el "también vosotros hagáis
como yo he hecho con vosotros" Cristo confiere
en especial a ese grupo de discípulos conocidos
como apóstoles su propia misión, especialmente
el consagrar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre
para la remisión de los pecados al decir "haced
esto en memoria mía". Es en este momento
en el que Cristo designa a este grupo como sacerdotes,
es decir instituye el sacerdocio. Cada uno de estos
hombres a partir de este momento es copartícipe
de la misión de Cristo: salvar al hombre por
medio de la entrega total al servicio de Dios.
Este
es otro de los grandes dones que en el primer Jueves
Santo Dios hace a la humanidad. Cristo desde entonces
ha escogido y preparado a una serie de hombres para
que siguiendo el ejemplo de Cristo se pongan al servicio
de Dios para salvar a la humanidad, impartiendo los
sacramentos por Dios instituidos (especialmente la
Eucaristía) y guíen con la vivencia
de su sacerdocio al pueblo de Dios por el camino de
la salvación.
El
mundo, especialmente en los albores de un nuevo milenio
vive sumido en las tinieblas del egoísmo de
una cultura de la muerte. El Jueves Santo es un día
en el que Dios nos invita por medio del servicio a
ser esas lámparas que lleven la luz de Cristo
al mundo. También este día debemos reconocer
el amor de todos esos hombres que deciden dejarlo
todo por seguir a Cristo en la entrega total al servicio
de los demás: religiosas, religiosos, misioneros,
hombres y mujeres consagrados a Dios. Pero especialmente
celebrar y pedir a Dios por aquellos que con su vida
comparten la misión de Cristo y nos administran
los sacramentos: los sacerdotes. Pedir por su santidad
y fidelidad al servicio de Cristo. No debemos olvidar
pedir por mas vocaciones a la vida consagrada y al
sacerdocio, pedir por mas hombres y mujeres que tengan
por vocación la entrega total al servicio de
Jesucristo y de su Iglesia.
|