“Me dicen que cometí un sacrilegio”, confiesa ente risas Gregorio Papaianni, dueño de Copetín Fiat, un pequeño comedor y café de 30 metros cuadrados donde reposa gran parte de la bohemia proletaria de Caseros. Está frente a la exfábrica Fiat, desde donde salieron todos los modelos 600 que invadieron al país. “Es el auto más querido de todos”, dice. El sacrilegio para muchos también es el secreto de por qué se volvió de culto: hace el “Comprimido”, un sándwich de jamón crudo, queso y dulce de batata. “No existe un sándwich así en el mundo: es único”, confirma Hernán Bodaño, cliente de toda la vida y vecino.