La Buenos Aires de comienzos del siglo XX, en proceso de modernización, era una ciudad pujante. La llegada masiva de los inmigrantes europeos le daban vitalidad a una urbe que crecía sin tregua. Eran los tiempos en que se levantaban edificios emblemáticos y en la antigua gran aldea se percibía el genuino deseo de convertirse en ‘la París de Sudamérica’. En ese contexto, muchos porteños que disfrutaban de la Belle Époque en la ciudad ansiaban hallar lugares para reunirse y pasar sus momentos de ocio.