El estacionamiento gratuito, al lado de la ruta, ya es toda una excepcionalidad. Bajan del auto con reposeras, bolsos y heladera. Sombrilla, barrenadores, el balde con palita y rastrillo del más chiquito y hasta un caniche. La aventura es casi de trekking en familia, con pendiente cuesta abajo y escarpada, entre escalones improvisados sobre el propio acantilado en una parte, en otra armados con bolsas de arpillera rellenas de tierra. Y al fin, los pies hundidos en la arena para disfrutar ese producto casi en extinción por estas costas que es la playa abierta, sin equipamiento ni costos.
Ver el original de la noticia:
‘ La joya secreta para disfrutar del mar sin alejarse mucho de la rambla marplatense – LA NACION