Cuando Israel y Estados Unidos unieron sus fuerzas hace 15 años para llevar a cabo el ciberataque que definió una nueva era de conflictos —un ingenioso intento de inyectar código maligno en las plantas de enriquecimiento nuclear de Irán, dejándolas fuera de control—, la operación fue revisada por abogados y legisladores a fin de minimizar el riesgo para los civiles de a pie. Decidieron llevarla a cabo porque los equipos atacados se encontraban bajo tierra.