Como esos añosos sermones de las viejas misas –por suerte ya no son en latín-, que se extendían más de lo necesario y la ardiente paciencia, resignando al lector a una maniobra de verborrea que cansa tanto como seguir viendo a Jaime Guzmán, Pinochet y compañía siendo personajes principales de la literatura chilena. Tal como en el cine y otros excesos que provoca el Síndrome de Estocolmo en Chile.