En 1882, once mujeres gestionaban un tercio de las mayores fortunas del país. Todas eran viudas que se convirtieron en líderes empresariales y rompieron con la invisibilidad y los estereotipos, a fin de mantener la riqueza de sus familias y garantizar la supervivencia de los negocios, tras la muerte de sus maridos. Todas, alumbraron una etapa de expansión y dinamismo de la economía chilena e invirtieron especialmente en el sector inmobiliario.