“Pachamama”, dijo nuestro guía, Orlando Condori. Inclinó su copa y vertió un poco de vino rosado sobre la arena reseca. “¡Sí, la Pachamama!”, exclamaron los demás, e hicieron lo mismo. Me miraron. “¡Pachamama!”, pronuncié mientras vertía la mitad de mi bebida en la tierra. No tenía idea de qué estaba haciendo ni por qué, pero lo hice. Fue una pena. Estaba disfrutando ese vino rosado. Por otra parte, no fue la peor idea: ya estaba mareada. Tan mareada que tuve que volver a sentarme. “No es el vino”, comentó…