En 2019, me divorcié, a los 46 años, y pasé a tener más y mejor sexo del que nunca hubiera creído posible. No había imaginado que el final de una relación de 20 años significaría una nueva era de alto erotismo; hubiera tenido que estar delirando para pensarlo. Era de mediana edad, tenía dos hijas pequeñas, un montón de enfermedades crónicas y una cuenta bancaria que, en esencia, estaba entregada a los abogados del divorcio. Mi carrera se sostenía con respiración asistida y, tras años fuera, en ciudades…