Las últimas
cifras entregadas por el Instituto Nacional de Estadísticas
(INE) sobre el Censo 2002, indican que los chilenos han modificado
sus creencias, costumbres y estilo de vida con un mayor acceso a bienes
de consumo y servicios, sin que esto signifique una mejora en la calidad
de vida general.
El 70% de las familias posee casa propia, la escolaridad promedio
subió de 7,5 a 8,5 años en la última década;
los profesionales, técnicos, intelectuales y científicos
aumentaron en un 124%. Uno de cada cinco hogares tiene computador;
uno de cada diez tiene acceso a Internet y el 51% de las familias
tiene al menos un teléfono celular.
El 87% de los hogares tiene televisor en colores, mientras que en
1992 era sólo el 52%. Refrigeradores, videograbadoras, lavadoras
y minicomponentes están en la mitad de las viviendas y el salto
más significativo fue un incremento de 30% en el 2002 de hornos
microondas por sobre 4,2% de hace diez años.
Sin
embargo, al parecer, todas estas mejorías en la tenencia de
bienes de consumo, no genera una mejor salud mental en los chilenos,
condición esencial de la mejor calidad de vida.
Un
estudio realizado entre el año 1996 y 1998 por los doctores
Ricardo Araya, Graciela Rojas y Rosemarie Fritsch, denominado “Salud
Mental en el Gran Santiago”, revela que el 45% de la población
adulta que reside en el Gran Santiago, cerca de 1.5 millones de personas,
admite haber consultado al médico por algún trastorno
psiquiátrico. Los resultados se obtuvieron en seis meses, durante
el período de encuestas realizadas en el trabajo de campo.
Las
patologías más frecuentes son el Trastorno Angustioso
Depresivo, en un 13,7% de la población, Trastornos Ansiosos
un 7,6% de casos en sus distintas formas, y un 5,2% de Trastornos
Depresivos, en sus diferentes severidades. Todos ellos con más
frecuencia en mujeres que en hombres.
La
mujer, por el rol que ocupa en la sociedad está más
expuesta a estresores sociales crónicos –como violencia
y pobreza- y a menor apoyo social que los hombres. “Esta
diferencia en la exposición a factores de riesgo dejaría
a la mujer más expuesta a experimentar trastornos emocionales”,
afirma la doctora Graciela Rojas, Directora del Departamento de Psiquiatría
del Hospital Clínico Universidad de Chile.
Las
conclusiones del estudio revelan una relación inversamente
proporcional entre prevalencia de patologías psiquiátricas
y nivel de ingresos totales per cápita de la familia. La poca
educación y la caída de los ingresos se asocian en forma
significativa a la presencia de trastornos sicológicos o psiquiátricos.
En
ese sentido, el último censo arroja cifras esperanzadoras,
pues el aumento de los sectores con mayor cantidad de años
de escolaridad podría indicar una tendencia a mejores niveles
de salud mental.
Sin
embargo, es necesario ser claros al señalar que esta mejoría
en la calidad de vida estaría vinculada al mayor nivel educacional
y no a una mayor tenencia de bienes de consumo.
Es
así como entre la población adulta que cuenta sólo
con Enseñanza Básica, un 36,9% padece alguna enfermedad
mental. Entre aquellos que lograron una Enseñanza Media o Técnico-Profesional,
la cifra se reduce a un 24,2%. Finalmente, entre los profesionales
y quienes poseen Educación Superior se llega a un 14,5% de
incidencia de sufrir padecimientos como depresión o angustia.
Es
así como las cifras que entrega el censo 2002 reflejan que
se puede tener una mejora real en la calidad de vida de los chilenos,
a partir de un descenso en los índices de enfermedades mentales,
gracias a su mejor nivel de educación.
“En
la calidad de vida de las personas no sólo influye tener bienes
de consumo. Inciden muchos otros factores como la percepción
de seguridad y apoyo. A mayor educación e información
menores son las patologías psiquiátricas. Esta variable
incide tremendamente en la mejora de la salud mental y, por ende,
en la calidad de vida”, señala la doctora Rojas.