En profundo impacto mundial
ha provocado la muerte de quien fuera por veintiséis años el jefe espiritual
de la Iglesia Católica, el Papa Juan Pablo II.
Su pontificado, uno de los tres más largos de la historia,
incluido el del Apóstol San Pedro, ha dejado una profunda huella,
no sólo entre los millones de católicos alrededor del
mundo y entre los países de la cristiandad, sino que en todas
las naciones, aun aquellas en que se profesan mayoritariamente otras
religiones, como la judía , musulmana u otras.
Para Chile la figura de Juan Pablo II, sin
duda, representa la de una personalidad especialísima, muy querida y admirada, especialmente
desde que aceptara –a muy poco tiempo de haber asumido su Pontificado– la
inédita intervención de la Santa Sede para mediar en
el conflicto limítrofe con Argentina, mediación que no
sólo impidió una inminente guerra con nuestros vecinos,
sino que fructificó en un Tratado de Paz y Amistad. Al mismo
tiempo, la beatificación de la primera Santa chilena Sor Teresa
de Los Andes, la proclamación como Beata de Laura Vicuña
y el anuncio de la próxima elevación a los altares del
Beato Padre Alberto Hurtado, todas figuras de profundo arraigo popular,
han hecho que la figura de Juan Pablo II encuentre un lugar muy especial
en el alma nacional y en el corazón de cada chileno. La visita
que en 1987 realizara a nuestro país permitió demostrar
al Santo Padre ese profundo amor, respeto, admiración y reconocimiento
que todos los chilenos, desde niños y jóvenes al más
humilde poblador y hasta las más altas autoridades, genuina
y sinceramente le profesaban.
Pero así como cada chileno siente que nuestro país tuvo
una relación muy particular con Juan Pablo II, esto se repite
a través del mundo. Fue el Papa que más naciones visitó.
América, Asia, Africa, Oceanía y Europa, conocieron directamente
su mensaje de paz, unidad, respeto a la vida y a la libertad y dignidad
del ser humano. Su profundo compromiso con la verdad y la protección
de los más pobres, débiles y desamparados lo llevó a
proclamar, como un imperativo moral para nuestro tiempo: “los
pobres no pueden esperar”.
Perseguido en su juventud por el totalitarismo
nazi y posteriormente por el comunismo, Juan Pablo II conoció en carne propia las
injusticias de los regímenes que fundan su doctrina en el materialismo,
el odio y la maldad.
De ahí que ese resuelto compromiso con la verdad, la libertad
y la promoción de la justicia, unido al conocimiento personal
que tuviera de la realidad de los países sometidos de Europa
del Este lo llevara a jugar un papel histórico decisivo en la
derrota del comunismo y la caída del muro de Berlín,
convirtiéndose en un verdadero líder de la lucha por
la libertad.
Superado el nazismo y derrotado el comunismo,
Juan Pablo II supo encontrar eco en la juventud, a la que advirtiera
sobre los peligros de caer
en nuevos materialismos o dejarse arrastrar por una existencia vacía
sometida a los dictados de las pasiones que parece ofrecer como única
recompensa una sociedad hedonista. Llamó a los jóvenes
al heroísmo y a asumir un compromiso resuelto con el respeto
a la vida, las exigencias de la justicia y con la superior dignidad
del hombre libre. Como ningún otro Papa promovió la unidad
de todos los cristianos y el respeto entre todos los credos.
Su mensaje de amor es gigantesco. Su ejemplo brillante. Su palabra
es un camino a seguir, para todos los hombres de bien de nuestro tiempo
y del futuro.
|