Hace pocas semanas comentábamos, a propósito
del fracasado proyecto de royalty, sobre la elevada tasa de desempleo
que existía en el país y hacía presente mi aprensión
en cuanto a que con ese tipo de iniciativas se caminaba justamente
en sentido contrario a lo que a mi juicio debe ser una preocupación
prioritaria en la acción del gobierno, cual es impulsar políticas
que favorezcan la creación de nuevos empleos. Lamentablemente
esta realidad no mejora. En efecto, para el trimestre móvil recién terminado en julio la tasa de desempleo
nacional llegó al 9,7%, seis décimas superior a igual
periodo del año pasado y una décima por sobre el trimestre
anterior. Esta realidad es aún más negativa en regiones
como la III, V y VIII y en el caso del sector juvenil, donde la tasa
de desempleo más que duplica promedio nacional. A
esta negativa realidad el gobierno ha tratado de oponer una argumentación
que puede tener validez. Esto sería que hoy existe un traslado
a empleos de mayor formalidad en tanto que el año anterior el
traslado a empleos se dio en áreas de informalidad. Sin embargo,
no debemos contentarnos con esta explicación. La realidad es
que el problema del desempleo ha sido una constante en los últimos
años y no han existido políticas coherentes destinadas
a enfrentar a largo plazo este flagelo. Cuando se habla de porcentajes éstos
son sólo frías cifras, pero detrás de éstas
se encuentra la realidad de más de medio millón de chilenos
y sus familias que están golpeadas por el flagelo de la cesantía
y su dura consecuencia de pobreza, desprotección y marginalidad. Es
preciso entonces abordar este grave problema analizando todos los
aspectos que inciden en él. Sin
duda existe una estrecha relación entre el crecimiento económico
y la creación de empleo. A mayor crecimiento económico
es esperable una mayor creación de empleos, sin embargo en el último
tiempo hemos apreciado que la economía nacional ha mostrado
una caída en la generación de nuevos empleos por cada
punto de crecimiento del producto. En efecto, estudios especializados
nos indican que entre 1986 y 1990 por cada punto porcentual del producto
el empleo crecía un 0,57%, cifra que cae a un 0,36% en la primera
parte de los años 90 y a un 0,26% en los últimos años.
Esta situación no deja de ser preocupante, particularmente cuando
el reciente Indice de Actividad Mensual (IMACEC) registró un
4,5% de crecimiento, cuando todas las expectativas indicaban que éste
debía ubicarse en un rango levemente superior al 5%. Es decir,
el país crece a un ritmo menor a lo esperado y la creación
de empleos baja en relación a cada punto de crecimiento del
producto. Lo anterior nos obliga
entonces a analizar otras áreas relacionadas
con este problema y una de éstas es sin duda, la excesiva rigidez
que existe en nuestro mercado laboral. Mientras más estrictas
son las regulaciones de la legislación laboral, más dificultad
existe para la creación de nuevos empleos y especialmente para
dar trabajo a personas sin experiencia o de menor calificación. Muchas
de las rigideces que existen en la actual legislación
tratan de explicar una protección a los sectores más
pobres. Sin embargo éstas, en la práctica, se vuelven
en contra de los supuestamente protegidos. Poner
en la agenda de discusión el tema de la flexibilidad laboral,
es un imperativo para este tiempo en que la lucha contra el desempleo
es una tarea pendiente.
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