El próximo inicio de
operaciones de los sistemas electrónicos de peajes con
flujo libre para las autopistas urbanas concesionadas, conocidos
como TAG o Televías, ha generado confusión y
polémica entre potenciales usuarios y algunas autoridades
del Estado.
La mayor parte de los reclamantes dirige sus dardos
hacia las empresas concesionarias, las que parecen abandonadas
a su suerte
frente a un sistema que desde su propia concepción dejó en
evidencia una de sus falencias futuras: la cantidad de TAG sería
inferior al parque vehicular y no se concretó un sistema
común de pase para usuarios poco frecuentes.
Tienen razón
los usuarios al temer por su desplazamiento cuando restan dos
semanas para que Autopista Central aplique
la autorización oficial de cobro por el uso de sus instalaciones.
Probablemente, lo que desconocen es que el sistema fue concebido
con la entrega de 900.000 TAG, de los cuales sólo 300.000
serían responsabilidad de esta concesionaria, a pesar
que el parque vehicular en Santiago supera el millón
de automóviles. Quizá tampoco sepan que el resto
de las empresas ha respondido a la solicitud del gobierno de
iniciar
la entrega de sus respectivos TAG, asumiendo los costos administrativos,
aunque algunas de sus obras se encuentran en etapas muy preliminares.
En
resumen, estamos frente a un grupo de empresas concesionarias
que hacen lo posible por llevar a la práctica un mecanismo
de operación de autopistas urbanas sobre el cual existe
muy poca experiencia en el mundo y, por cierto, ninguna a nivel
latinoamericano. Todas saben que el éxito o fracaso
de la primera obra que inicie sus funciones, será clave
para la operación de un sistema integrado que implica
inversiones por más de US$ 1.500 millones.
A cambio,
estas empresas necesitan el compromiso de todos los actores
involucrados en este proceso, incluyendo a los usuarios
y, por cierto, a las autoridades de gobierno, que en ningún
caso pueden asumir un mero rol fiscalizador. Los cabos sueltos
que deja en evidencia el debut de las autopistas urbanas deben
ser asumidos, precisamente, por los organismos que concibieron
el sistema y se lo ofrecieron a la inversión privada.
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