El 1 de septiembre se
inicia el primer pago de peajes automatizado de Autopista
Central,
inaugurando así las
carreteras urbanas pagadas. Sin duda que esa osada propuesta
de principios de los noventa para atraer capitales y modernizar
la vetusta red vial interurbana que tenía Chile hace 14
años ha llegado a niveles que entonces parecían
impensados. La ley de concesiones del MOP en el primer gobierno
de la Concertación fue seguida por ese impresionante programa
de licitaciones interurbanas en su segundo gobierno. Pero la
propuesta no se detuvo allí y el Presidente Lagos la expandió a
las ciudades. Un reconocimiento público a Carlos Cruz
por todos estos años de servicio al país. Los errores
cometidos no pueden opacar la magnitud de esta obra para Chile.
Que
duda cabe. La Concertación de Partidos por la Democracia
tiene asegurada en las modernas autopistas construidas un
monumento visible a sus años de gobierno. Sin embargo,
muchos confían
que la enorme lista de inauguraciones de inversiones viales
urbanas entre este año y el próximo llevarán
a la ciudadanía a reconocer esta sabia visión
política
de principios de los noventa en la próxima elección
presidencial. No estoy tan seguro que la calma del reconocimiento
alcance a llegar tan rápido. Es probable que el malestar
inicial prime por varios meses o trimestres, hasta que la
gente pueda llegar a valorar el pagar por un bien que siempre
fue gratuito.
Tres son las razones para este mal pronóstico, aunque
es posible.
En primer lugar, el
choque de expectativas de la gente. La fuerte intervención
en las actuales calles de Santiago ha sido tolerable en parte
porque todos esperamos
la inauguración
de las autopistas como el momento de respiro, el ansiado
relajo luego de tanto atochamiento. Luego de maravillarnos
de conducir
por túneles y a alta velocidad en los primeros
días,
el peso de la realidad puede coincidir poco con estas
expectativas. Pocos tienen noción del impacto
vial y en los bolsillos que se inicia en los próximos
meses. Es probable que por momentos las autopistas pasen
por atochamientos como
ocurre en
todas partes del mundo. En los EE.UU., por ejemplo, conducir
por una “Beltway” puede ser una experiencia
placentera en la mayoría de las veces, pero en
momentos de “rush-hour”,
los tacos pueden ser muy frustrantes, especialmente para
apurados y neuróticos conductores. Vamos a demorarnos
un tiempo antes de que nos contagiemos con la calma de
un “gringo” conduciendo
en un taco, cediendo la pasada a sus conciudadanos cuando
se enangostan las pistas y sin agresividad. Especialmente
antes
de que se terminen todas las obras, no será extraño
poder avanzar rápido por algunos kilómetros
y desembocar en salidas atochadas. Al comparar expectativas
y costos mensuales
del servicio, al principio el balance será negativo.
Todo lo anterior es válido para quienes adquieran
los TAG. Imaginemos la frustración de los ciudadanos
que decidan no adquirirlos y que tendrán que soportar
la congestión
de las caleteras y vías alternativas.
La segunda
razón para fundamentar el mal pronóstico
para el 2005 es la intervención populista de
los reguladores y políticos. Ya es posible observar
a diputados que se preparan para tener agresivas agendas
en contra de las nuevas
empresas se servicio público. Privados que intentan
ganar dinero a costa de sus electores es inaceptable
para muchos de
nuestros legisladores.
La tercera razón para
este mal pronóstico, aunque
es más bien una conjetura, dice relación
con que las empresas concesionarias no parecen tener
una clara conciencia
de que se necesita un plan de acción muy activo
para “vender” a
la ciudadanía el nuevo esquema. Se requieren
esfuerzos concretos para crear valor en los ciudadanos,
para que aprecien
las nuevas autopistas. Las dificultades de coordinación
respecto a la facturación, para no plagar de
TAG distintos los parabrisas, la falta de soluciones
para los conductores no
frecuentes y pases diarios, etc., sugieren que estas
empresas son muy nuevas en el negocio de los servicio
públicos
regulados y que deberán pasar por un período
de enfado de los clientes antes de ponerse más
activos en invertir para generar valor de servicio.
Sólo una rápida
puesta al día en este último respecto
puede aminorar el malestar y acercar el momento en
que los citadinos empecemos
colectivamente a valorar la magna obra de las inversiones
viales en las ciudades. Me temo, después del
2005.
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